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PRAGMA – INSTITUTO DE INVESTIGACIÓN Y ENSEÑANZA EN PSICOANÁLISIS

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Estudios de género y psicoanálisis ¿Disolución de los binarios de género?

Para comenzar, quisiera situar algunas coordenadas que permitan entender a qué nos referimos con los «estudios de género». Una vía posible sería inscribirlos en lo que se conoce bajo el título de los «Estudios Culturales». Estos nacen en Inglaterra en el año 1956, luego del desencanto posterior al XX Congreso del Partido Comunista Británico y a la invasión rusa de Hungría. Según Eduardo Grüner, en la Introducción al libro Estudios Culturales. Reflexiones sobre el multiculturalismo, los estudios culturales tienen su antecedente en la «gran tradición occidental de una teoría crítica de la cultura, a partir de los actos fundacionales de Marx o Freud (por ejemplo, la Escuela de Frankfurt). Intelectuales marxistas como es el caso de Stuart Hall (considerado uno de los pioneros de los Estudios Culturales) apelaron a una versión compleja y crítica de un marxismo culturalista, más atento a las especificidades y autonomías de las ‘superestructuras’, incluyendo el arte y la literatura. Sin embargo, con la caída del Muro de Berlín, las relaciones con el marxismo se diluyeron progresivamente para ser sustituidas por una apertura hacia ciertas corrientes del pos-estructuralismo (Foucault y Derrida principalmente, y ocasionalmente, Lacan) y del post-marxismo ‘deconstructivo'(Laclau y Mouffe)». El resultado de esta mixtura teórica es una variedad muy amplia y a veces difusa, que abarca desde los estudios de género y sexuales hasta los estudios poscoloniales y raciales. No está demás aclarar que hoy en día parece no existir un acuerdo acabado acerca de lo que debe entenderse por los Estudios Culturales o, para algunos, el llamado «multiculturalismo», pues las fuentes son diversas y el objeto de estudio también.

Pero existen algunos parámetros que permiten otorgar cierta unidad al conjunto: es la problematización de las identidades que las Ciencias Sociales tradicionales imaginaban como preconstruídas y sólidas (la nación, las clases, la ideología) y la emergencia teórico-discursiva y académica de identidades más «blandas» y en permanente redefinición (el género, la etnicidad, la elección sexual, el multiculturalismo, etc.) que obligan a multiplicar y «ablandar» las estrategias de la llamada deconstrucción de los dispositivos unitarios y totalizadores que pretendían dar cuenta de las identidades «antiguas» [1]. En este sentido, los estudios de género, que surgen principalmente en EEUU, se inscriben justamente en el cuestionamiento de la categoría de «género» para arribar a una subversión de la identidad. Por otro lado, los Estudios de Género, mantienen una estrecha relación con el Feminismo, o más precisamente con las distintas corrientes feministas, que se ubican en el sentido de una superación o de un mantenimiento del género. [2]

Y en el cruce de los Estudios de género y el feminismo, nos encontramos con una de sus representantes, Judith Butler, y su controvertido libro Gender Trouble, traducido al castellano como El género en disputa. Mi interés por tomar a esta autora reside en el hecho de que su obra cuestiona precisamente la categoría de género, en el sentido de ser concebida como una construcción social que se agrega a la identidad sexual, postulando en sus lugar una «teoría performativa del género» que implica sostener que los individuos adquieren su género por lo que hacen (por su actuación). Esto la lleva entonces a elaborar una teoría del sujeto que se sostiene en una irreductible subversión de la identidad.

Además, debo agregar que existe una razón, quizás más circunstancial, que motiva este interés: se trata de la reciente publicación en castellano del libro mencionado en abril del 2001, es decir, 10 años después de su primera edición en inglés, gracias al trabajo de la Universidad Autónoma de México y del Programa Universitario de Estudios de Género. [3]

Para quienes no la conocen, Judith Butler es Doctora en Filosofía, especialista en Hegel, Maestra de Retórica y Literatura Comparada en la Universidad de Berkley (California), y autora de Bodies that Matter (1993) y Excitable Speech (1997). Pero hay algo más que sus datos curriculares. Butler es considerada una de las voces actuales del feminismo norteamericano [4] y una de las precursoras de lo que se conoce como Estudios Queer o Estrafalarios (Estudios de gays y lesbianas). El concepto queer surge en los años 90 y comprende todas aquellas formas opuestas a la normativa sexual dominante, rebeldes en relación a la corrección política y hasta para con el discurso oficial de los movimientos de los derechos civiles de gays y lesbianas. Como ella misma lo dice en el Prefacio escrito para la nueva edición de su libro : «Nunca imaginé que el texto iba a tener tantos lectores como ha tenido; tampoco sabía que iba a constituir una intervención provocadora en la teoría feminista, ni que sería citado como uno de los textos fundadores de la teoría queer» . [5]

Pero hay un detalle que se refiere a su escritura que merece ser tenido en cuenta: la presencia de una marca autobiográfica. Butler es lesbiana y gran parte de la autoridad de sus escritos deviene precisamente de este hecho. Así lo expresa cuando aclara las condiciones en que se produjo El género en disputa: «no lo compuse simplemente desde la academia, sino también desde los movimientos sociales convergentes de los cuales he formado parte y en el contexto de una comunidad lésbica y gay de la costa este de los EEUU, donde viví durante 14 años» [6]. Es decir que en sus escritos está presente no sólo la elaboración teórica sino también el empuje de una experiencia de vida y de una militancia política. Sin embargo, su condición declarada es de por sí problemática porque como ella misma lo dice «no es una evidencia teorizar como lesbiana». Justamente, en una conferencia sobre la homosexualidad, dictada en el año 1989 en la Universidad de Yale, Butler pone en primer plano el cuestionamiento que está en la base de su teoría: la identidad. Dice al respecto : «al escribir o hablar como una lesbiana, se revela la paradójica apariencia de este ‘yo’, que no parece ni verdadero ni falso. Pues es una producción, generalmente en respuesta a una demanda, para hacerse visible o escribir en nombre de una identidad que, una vez producida, funciona a menudo como un fantasma políticamente eficaz. No me siento a gusto con las teorías lesbianas o gays, ya que las categorías de identidad tienden a ser instrumentos de regímenes regulativos (…) Esto no quiere decir que no vaya a aparecer en situaciones políticas bajo el signo de lesbiana, pero preferiría no tener en claro el significado de ese signo» [7]. De este modo, su condición de lesbiana funciona como un nombre que le permite incluirse en un grupo identitario pero a la vez es un signo cuyo referente está vacío. Como dice Didier Eribon en su libro Reflexiones sobre la cuestión gay «la dificultad de la ‘autenticidad’ para un gay consiste en que es muy difícil saber cómo identificarse con una ‘identidad’que es necesariamente plural, múltiple: es una identidad sin identidad, o más exactamente, una identidad sin esencia» [8]. Sin embargo, la cuestión no es aquí poner en primer plano la identidad gay o lesbiana, sino la identidad en sí misma, como categoría problemática que requiere ser puesta a prueba.

Pero vayamos ahora a las referencias que encontramos en su obra. Estas son muy amplias y diversas, y comprenden:

1) el pensamiento europeo ilustrado en versión hegeliana, que incluye la obra de Simone de Beauvoir y el existencialismo,

2) el giro lingüístico anglosajón (Wittgenstein y principalmente Austin) y francés (Kristeva, Derrida y Foucault),

3) el psicoanálisis en clave lacaniana y sus seguidoras feministas europeas y norteamericanas (sobre todo Luce Irigaray) . [9]

Sin embargo, es en esta última fuente en la que quiero detenerme por considerar que hay allí cierto «uso» de la teoría a favor de enunciados que no se desprenden necesariamente de ella. Con esto quiero decir que mi interés reside en la forma en que se toma como fuente o como referencia teórica al psicoanálisis lacaniano, para ubicarlo rápidamente en el conjunto de las teorías post-estructuralistas y considerarlo sólo desde la lectura de sus intérpretes.

¿Cómo explicar entonces la teoría performativa del género? Para Butler, la sexualidad debe reivindicarse rompiendo los moldes de la representación binaria tradicional que sólo busca prescribirla, circunscribirla y normativizarla. En este sentido, no hay una identidad originaria de sexo-género. Toda identidad es fantasía, una fantasía actuada por y a través de los estilos que constituyen corporalmente las significaciones. Por eso, Butler puede llegar a decir que los géneros no son ni verdaderos ni falsos sino, simplemente, productos verdaderos de discursos sobre identidades supuestamente primarias y estables. El género es entonces realizativo (aquí está su carácter performativo), ni expresivo ni prescriptivo; refleja a quien hace más que el hecho o lo que debe hacerse. Es así que no es posible «elegir un género», tal como lo postulaba Simone de Beauvoir en el Segundo Sexo, con su afirmación «no se nace mujer, se llega a serlo». Para Butler, no se trata de sostener lo que ella considera una «teoría voluntarista del género», como si fuera posible adecuarse a un molde u a otro.

Butler cuestiona entonces la lógica binaria que se utiliza para pensar la correspondencia sexo/género y que permite sostener que el género es una construcción o interpretación cultural del sexo. Es decir: colocar del lado de lo natural al sexo, y del lado de lo cultural, al género. Nada más forzado para Butler que este modo de interpretar la categoría del género. Se trata entonces de romper definitivamente con los binarismos mismos (naturaleza/cultura, sexo/género) y llevar las cosas al extremo de cuestionar, tal como aparece en el subtítulo del trabajo, la disolución de los binarios de género. Dice Butler: «La suposición de una sistema binario de géneros mantiene implícitamente la idea de una relación mimética entre género y sexo, en el cual el género refleja al sexo o sino, está restringido por él» . [10]

Ahora bien: el paso siguiente en este argumento, es definir la estructura que subyace a este binarismo. Por eso, para Butler, lo que legitima esta relación binaria es el discurso heterosexual obligatorio: «la institución de una heterosexualidad natural y obligatoria requiere y reglamenta al género como una relación binaria en que el término masculino se diferencia del femenino y esta diferenciación se logra por medio de las prácticas del deseo heterosexual. El acto de diferenciar los dos momentos opuestos de la relación binaria da como resultado la consolidación de cada término y la respectiva coherencia interna de sexo, género y deseo» [11]. En definitiva, la crítica efectuada por Butler es al orden preestablecido sexo-género-deseo, donde la resultante de una serie sobredeterminada solo es el reflejo de una política normativa sobre los cuerpos.

Pero es en el segundo capítulo de su libro, titulado «Prohibición, psicoanálisis y la producción de la matriz heterosexual» donde encontramos la referencia explícita al psicoanálisis y la crítica efectuada al mismo. Butler toma como referencia casi exclusiva el texto lacaniano del año 1958, La significación del falo, donde reconoce un avance en la relación binaria de géneros, en la medida en que no sostiene en una ontología (el «ser» del género y del sexo) sino en una teoría del lenguaje (primacía del orden simbólico). Dice Butler con respecto a la teoría lacaniana: «Así, no hay una indagación en la ontología per se, no hay acceso al ser, sin una indagación previa del «ser» del Falo, la significación autorizadora de la Ley según la cual la diferencia sexual es una presuposición de su propia inteligibilidad. «Ser» el Falo y «tener» el Falo denotan posiciones sexuales divergentes, o no posiciones (en realidad, posiciones imposibles) dentro del lenguaje» [12]. Es decir, que el binarismo de géneros masculino/femenino, se subsume en la teoría lacaniana a un ordenador que es el significante fálico. En este sentido, se sigue que el orden simbólico crea la inteligibilidad cultural mediante las posiciones mutuamente excluyentes de tener el falo (la posición de los hombres) y ser el falo (la posición paradójica de las mujeres). Sin embargo, el cuestionamiento más fuerte deviene cuando este orden simbólico es considerado solidario del discurso heterosexual obligatorio. Es decir, el género se lee en términos significantes, pero al mismo tiempo, se legitima en la producción de la matriz heterosexual. Sin embargo, la presencia de esta única referencia, que sabemos corresponde a los inicios de la teoría lacaniana (1958), no es la concepción acabada sobre las posiciones sexuales (no está demás aclarar que desde el psicoanálisis, no se plantea la diferencia sexo/género). Se podría decir que «la significación del falo» responde a la primera concepción lacaniana que presupone, es cierto, «la relación sexual». Como dice Lacan : «se puede, ateniéndose a la función del falo, señalar las estructuras a las que estarán sometidas las relaciones entre los sexos» [13]. De esta forma, se accederá a la comedia de los sexos, como dice Lacan, gracias a la función de la mascarada que permite velar la castración del Otro.

Pero Lacan avanza en su teoría, y en los años ’70 introduce gracias al objeto a, el teorema de «la no relación sexual». Es decir, ya no estamos frente al panorama que plantea la primacía del significante (del falo como significante destinado a designar en su conjunto los efectos del significado) sino el de un goce del cuerpo «más allá del falo». Es así como nos encontramos en el Seminario 20, con las fórmulas de la sexuación, donde se ubican los seres que hablan: la parte hombre y la parte mujer. Esto quiere decir que para Lacan, «hombre» y «mujer», o el binarismo de los géneros masculino/femenino, adquiere sentido en tanto significantes. Hombres y mujeres son identificaciones precarias e inestables con rasgos significantes (esto es lo que ya estaba de alguna manera impuesto en La significación del falo) que se ponen en juego en cada encuentro con el goce sexual, y es en este punto que cada uno se autoriza de acuerdo a su modo de gozar. Por lo tanto, la crítica de Butler respecto a que el psicoanálisis se sustenta en el discurso heterosexual obligatorio y normativo, no es certera. Con la estructuras de la sexuación que permiten articular el goce propio de cada sexo, la heterosexualidad no es la norma. Al contrario, los distinto modos de gozar, incluso, más allá del falo (el goce infinito del místico) ponen en juego la pérdida y no la norma. El objeto a viene a demostrar que lo que organiza la comedia de los sexos es justamente el desfallecimiento del falo.

Como dice G. Musachi en su libro Mujeres en movimiento, se trata entonces de «sacar el campo del goce de la discusión de los géneros» [14] pues lo que cuenta es en definitiva los modos de gozar de los cuerpos que hablan. Sin embargo, no creo que lo conveniente sea cerrar rápidamente el diálogo con los Estudios de género, o desestimarlos. Considero que los psicoanalistas tenemos que saber de qué forma el psicoanálisis lacaniano es tomado como referencia en los discursos actuales, en este caso en la «teoría performativa del género» de Judith Butler, para dar una respuesta que favorezca un debate consistente y que permita dar la entrada al psicoanálisis por fuera de las teorías pos-estructuralistas.

Notas
(*) trabajo publicado en la revista Conceptual nº 3- Año 2002

[1]
Es la idea que desarrolla Ian Hacking en su libro La construcción social de qué ?, Paidós, 2001,donde el individuo afectado directamente por la clasificación queda definido como una construcción social (mujeres rufugiadas, el género, el niño televidente, etc) .

[2]
Así el feminismo radical lucha por la superación de los géneros, mientras que el feminismo cultural parece afianzarse en la diferencia (diferencia sexual). Ver el artículo Los feminismos a través de la historia de Ana de Miguel, en www.creatividadfeminista.org.

[3]
Gender Trouble fue publicado conjuntamente en EEUU y en Inglaterra en el año 1990, y por lo que leemos en la contratapa de la edición de Routledge fue considerado como » el ataque más autorizado hasta el momento a la naturaleza del género «. A diferencia de la austera portada de la edición en castellano, la primera reproducía una vieja fotografía de tapa de la revista lesbiana Sinister Wisdom donde dos niñas -púberes aparecían vestidas con trajes festivos como si fueran varon y mujer.

[4]
El feminismo de la diferencia, que supone la inestabilidad de la identidad de género.

[5]
J. Butler, El género en disputa, México : Paidós, 2001- p. 9.

[6]
Ibid., p.17

[7]
J. Butler : Imitación e insubordinación de género, en Grafías de Eros – Historia , género e identidades sexuales, Edelp, 2000.

[8]
D. Eribon : Reflexiones sobre la cuestión gay, Anagrama,2001- p.158.

[9]
Refencias tomadas del libro de María Luisa Femenías : Sujeto y género – Lecturas feministas desde Beauvoir a Butler, Catálogos,2000, p.186.

[10]
J.Butler, El género en disputa, ob.cit. p.39

[11]
Ibid. p.56.

[12]
Ibid.p.80.

[13]
J. Lacan : La significación del falo, en Escritos II, Siglo XXI,1987- p.673.

[14]
G. Musachi :Mujeres en movimiento – Eróticas de un siglo a otro, Fondo de Cultura Económica, 2000.p.97.

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