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Puntualizaciones sobre la inhibición (*)

María Inés García Urcola

Tanto en el curso de introducción de este año Actualización en Inhibición, síntoma y angustia como en algunos de los artículos escritos para este foro de discusión temática hemos visto que Freud, en su texto Inhibición, síntoma y angustia, define a la inhibición como una limitación funcional del yo. Esta definición conlleva por un lado una idea de déficit y por otro lado una concepción del yo como unificador, en tanto hay órganos a los que se les asigna una función yoica; habría aquí una función del yo, en el sentido de una dirección o finalidad, que implica que los órganos obedezcan a la función que él les asigna. Esta dirección entonces plantea una ética, un deber hacer. Veremos que Lacan ubica esto mas bien como una moral.

Freud plantea que la inhibición se produce a partir de que el órgano en cuestión no responde a la función asignada por el yo, y dentro de las causas introduce la erogenización del órgano. El yo renuncia a estas funciones a fin de no verse precisado a emprender una nueva represión y de evitar un conflicto con el ello o con el superyo.

En este sentido me pareció que una manera de abordar el concepto de inhibición es a partir de sus relaciones con la pulsión. La definición que veíamos de la inhibición en Inhibición, síntoma y angustia parece estar en concordancia con el primer dualismo pulsional: pulsiones de autoconservación o del yo y pulsiones sexuales, dado que el yo, en tanto comanda las funciones de los órganos se dirigiría a la autoconservación. J-A Miller en Biología lacaniana y acontecimiento del cuerpo dice: “¿qué son las pulsiones del yo? … son las que sirven a la supervivencia del cuerpo individual…Y el organismo está hecho para obedecer a ese saber…La segunda categoría (de las pulsiones), que proviene de lo sexual, está ubicada por Freud como escapando de lo que es una dominación, un mandato…Todo está en el hecho de que Freud cuestiona lo singular de la pulsión sexual. Él habla de las pulsiones sexuales en plurall y en su multiplicidad. La confrontación es la de la unificación bajo el régimen del yo y la multiplicidad de las pulsiones sexuales…*

Ahora bien, ¿a qué responde esta concepción del yo como unificador, que tiende a la autoconservación? M. Foucault, en Las palabras y las cosas hace referencia al surgimiento del concepto de vida como objeto de conocimiento a lo largo del siglo XIX.

Describe el pasaje que se produce de una “historia natural” basada en la morfología visible y la clasificación de los seres vivos hacia la “biología” como ciencia de la vida. La vida se constituye como objeto de conocimiento y esto conlleva la noción de organismo como portador de funciones. La vida es entendida como un conjunto de fuerzas que producen movimiento con un fin. Freud teoriza en un contexto en el que la biología y la filosofía biológica, incluidas en la corriente vitalista plantean en lo orgánico un principio vital que posee la fuerza suficiente para determinar la forma y comportamiento de los organismos. Foucault hace referencia a las ciencias humanas y entre ellas a la psicología, en la que el reinado del modelo biológico implica el estudio del hombre en términos de funciones y normas.

En El psicoanálisis y los debates culturales Germán García señala la entrada del término inhibición en la medicina ddesignando la lentificación del corazón bajo la influencia de una excitación periférica del nervio vago que se explica por un fenómeno de interferencia. este fenómeno fue extrapolado a la neurosis experimental de Palov en el que la interferencia es el condicionamiento neurótico. La inhibición que plantea Freud en 1926 tiene un correlato con el primer dualismo pulsional en tanto se lo puede pensar como una clasificación biológica de las pulsiones. Sin embargo, estas consideraciones hay que enmarcarlas en el contexto pavoiano en el que Freud apunta a diferencia inhibición de síntoma.

Ahora bien, a partir de Más allá del principio del placer Freud cambia su teoría de las pulsiones introduciendo las pulsiones de vida y de muerte. Sabemos que en este texto Freud parte del fenómeno clínico de la compulsión a la repetición. Freud se pregunta cómo se entrama lo pulsional con la compulsión a la repetición. Y en este sentido habla de “un carácter universal de las pulsiones y de toda vida orgánica en general: una pulsión seria entonces un esfuerzo, inherente a lo orgánico vivo, de reproducción de un estado anterior (inanimado) que lo vivo debió resignar bajo el influjo de fuerzas perturbadoras externas, sería la exteriorización de la inercia de la vida orgánica”. En este texto Freud establece un paralelismo entre la teoría biológica del plasma germinal de Weismann y las pulsiones de vida y de muerte.  La teoría de Weismann postula “la diferenciación de la sustancia viva en una unidad mortal y una inmortal. La mortal es el cuerpo…, el soma; sólo ella está sujeta a la muerte natural. Pero las células germinales son potentia (en potencia) inmortales, en cuanto son capaces, bajo ciertas condiciones favorables de desarrollarse en un nuevo individuo (dicho de otro modo: de rodearse con un nuevo soma). “Freud entonces remarca la analogía con su concepción en tanto Weismann “discierne en la sustancia viva un componente hacia la muerte, el soma, el cuerpo… y otro inmortal, ese plasma germinal que sirve a la conservación de la especie, a la reproducción. Por nuestra parte, no hemos abordado la sustancia viva, sino las fuerzas que operan en ella, y nos vimos llevados a distinguir dos clases de pulsiones: las que pretenden conducir la vida a la muerte, y las otras, las pulsiones sexuales, que de continuo aspiran a la renovación de la vida, y la realizan”.

Freud dice entonces que la importancia teórica de las pulsiones de autoconservación cae por tierra; “son pulsiones parciales destinadas a asegurar el camino hacia la muerte peculiar del organismo”.   Vemos entonces el giro que se lee aquí en el que en lugar de pulsiones de autoconservación habla de pulsiones conservadoras (en el sentido de la tendencia a un estado anterior inanimado) y que son éstas las que se vuelven parciales, mientras las sexuales aspiran o tienen por fin la renovación de la vida.

J-a Miller señala que el mismo Freud posteriormente planteó que estas consideraciones fueron una línea extrema de su pensamiento susceptible de ser enmendada y corregida; que Freud aún estaba en discusión con el vitalismo tan frecuente en la biología se du tiempo y que posteriormente estas pulsiones quedarán vinculadas al superyo. Pero también señala en estos desarrollos, lo que podemos ubicar como un debate Freud-Lacan. Dice Miller: “Allí donde Freud, en su especulación extrema, ve un fenómeno vital en la repetición y la pulsión de muerte, Lacan no ve un fenómeno vital -la repetición lacaniana no compete al comportamiento del organismo viviente-, sino antivital en la medida en que…la repetición en la especie humana se opone a la adaptación”.

Hace referencia entonces a la psicología animal en la que lo vital implica la armonía, la adaptación del organismo a su medio. Y señala que la repetición surge condicionando un comportamiento inadaptado respecto a las exigencias de la vida, al bienestar del cuerpo. La repetición, en tanto pulsión de muerte, no es el del registro biológico sino del lenguaje.

Lo que va a subrayar de este debate es que el concepto de vid a en Lacan se refiere al goce del sujeto en tanto atravesado por el lenguaje. Que en Freud hay una unión del cuerpo y la vida en tanto ésta le da un saber al cuerpo, y en Lacan, con la referencia cartesiana, se desarticulan saber y cuerpo. El cuerpo viviente no se trata del cuerpo imaginario (del yo unificador, del estadio del espejo), ni del cuerpo simbólico (marcado por el significante), sino del cuerpo real afectado de goce.

En este sentido me parece que la investigación acerca del concepto de inhibición como limitación de la función de un órgano puede orientarse hacia las consideraciones d Lacan en el Seminario 11 donde presenta su mito de la laminilla como un órgano irreal que se pierde con la introducción del lenguaje. Ese órgano irreal se encarna en el Cuerpo viviente como objeto a. Como plantea E. Acuña, en su artículo La captación de la angustia por el síntoma “la inhibición toca el terreno del movimiento, aquello que a ese organismo vivo le ocurre en un espacio y tiempo. La formula del movimiento para Freud no es otra cosa que la fijación   o el desplazamiento de la lívido como energía”.

Lacan, en el capitulo La línea y la luz plantea la relación de un órgano y su función: “En otros términos se trata ahora de preguntar acerca del ojo como órgano. La función, dicen, crea el órgano. Completamente absurdo. En el organismo, todo órgano se presenta siempre con gran multiplicidad de funciones”, enumera las funciones del ojo y continúa:  “Éstas funciones del ojo no agotan el carácter del órgano  tal como  surge en el diván, determinando deberes, como corresponde a todo órgano…Todo parece indicar que la supuesta función del instinto, en la relación del organismo con el órgano, le corresponde definirse en el sentido de una moral. Nos maravillamos ante las supuestas preadaptaciones del instinto. Lo maravilloso es que el organismo pueda hacer algo con su órgano”.

Vemos entonces que aquí Lacan hace una crítica de esta noción de vida que implica a un organismo como portador de funciones con un fin. Esto lo ubica dentro de una moral biológica. Mas bien señala una ética, un imperativo de gozar que determina deberes al órgano.

Por lo tanto, como dice un articulo publicado en la revista Freudiana N° 42 Inhibición, síntoma y angustia como signos de goce de A. Vicens” el problema de saber cómo la función crea el órgano se transforma en el de discernir como una función puede poner un órgano a su servicio”.

En este sentido entonces, me parece que una vía que se puede tomar en el Seminario de estudios analíticos de este año en tono a la inhibición es la que la ubica con una función de goce.

(*) Texto difundido en el Foro clínico Actualización en Inhibición, síntoma y angustia, el día 13 de abril de 2006.

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