La anorexia junto a su par la bulimia, ya vienen dando que hablar. Corresponden a las nuevas formas del síntoma, ya sea como trastornos de la alimentación, ya sea como patologías del consumo. Lo cierto es que la dupla tiene cada vez más adeptas y su tratamiento, a la hora de verificar resultados, no resulta tan sencillo. Sin embargo, propongo en esta oportunidad la consideración de una pareja distinta, anorexia y escritura, no sólo para salir del estereotipo (los psicoanalistas tienen que hablar de A/B) sino para incluir a la literatura que tiene en su trama a la anorexia misma – Biografía del hambre de Amélie Nothomb y Abzurdah de Cielo Latini- y de esta forma considerar que la anorexia o la bulimia pueden ser escrituras sobre el cuerpo. Es decir: ¿cuál es el cuerpo que recorta este tipo de síntoma? ¿Qué dimensión del cuerpo hace existir la anorexia?
Desde el psicoanálisis sabemos que el cuerpo se construye más allá del organismo y en su construcción, la letra -como materialidad significante- hace posible un andamiaje simbólico. El cuerpo recortado por la líbido-órgano es ya un cuerpo erógeno.
En el caso de la escritora belga A. Nothomb, lo que sirve como referencia es cierta concepción nietzscheana de la escritura y el cuerpo (1) “La anorexia me había servido de lección de anatomía. Conocía ese cuerpo que había descompuesto. Ahora se trataba de reconstruirlo. Por extraño que parezca, la escritura contribuyó a que así fuera. (…) Aquel esfuerzo constituyó una especie de tejido que se convirtió en mi cuerpo”. En el caso de la joven platense C. Latini, la vuelta por la escritura no tiene una fundamentación filosófica sino que adquiere el tono del testimonio y la denuncia al modo histérico: “Creo que sé más acerca de la anorexia y del suicidio que los psicólogos y médicos que intentaron ayudarme. (…) Escribo simplemente como método terapéutico.”
Anorexia y bulimia
Anorexia y bulimia son presentados desde el discurso médico como “trastornos de la alimentación”. Así aparecen en el DSM IV, donde dichos trastornos tienen por primera vez un capítulo propio y se dividen en tres grupos: anorexia nerviosa, bulimia nerviosa y Binger eating disoder (BED) síndrome de comer por atracones. De esta manera, se supone que el alimento en tanto objeto alimenticio es objeto de la necesidad. El organismo necesita de alimentos para subsistir. Alimentarse es sinónimo de nutrirse. Entonces, ¿cómo es posible que alguien rehuse alimentarse o lo haga contrario al orden natural?
Sin embargo, si una vuelta se ha dado a comienzos del siglo pasado en el encuentro entre Freud y la histérica, es precisamente que un cuerpo no se reduce al organismo. ¿Cómo explicar la parálisis de una pierna (caso Elizabeth von R) sin una causa orgánica? ¿Cómo dar cuenta de una perturbación de la visión si el órgano comprometido se sustrae de su función orgánica? Desde el descubrimiento freudiano de la razón inconsciente conjuntamente con una teoría de la sexualidad sostenida en el concepto de pulsión, lo natural del cuerpo se pierde: ningún objeto de ninguna necesidad satisface a la pulsión. “La boca que se abre o se cierra no se satisface con la comida sino con el placer de la boca: ordena el menú. Los animales, comen regularmente porque no conocen el goce del hambre.” (2) Por lo tanto, no es la necesidad lo que jaquea la anoréxica en su rechazo al alimento, sino la dimensión propia del deseo. Como dice Miller en el Seminario El Otro que no existe y sus comités de ética, “la anorexia es la evidencia del deseo. No hay nada que pueda satisfacerla o colmarla”. Es la evidencia del deseo como insatisfecho. La anoréxica muestra entonces la topología de un cuerpo marcado por zonas erógenas, un cuerpo agujereado por donde se filtra el lenguaje.
Un dato más: la coyuntura en la que por lo general aparece la anorexia (en el sexo femenino) se corresponde con la entrada en la adolescencia. Como bien lo sugiere Freud ya en el año 1895, en el manuscrito G (1895) titulado Melancolía “la famosa anorexia nervosa de las niñas jóvenes me parece (luego de una observación detenida) una melancolía en presencia de una sexualidad no desarrollada. Pérdida de apetito: en lo sexual, pérdida de libido” (3). Es decir, la anorexia o la bulimia como “neurosis alimentarias” están en íntima relación con lo traumático de la sexualidad, donde la pérdida del cuerpo infantil deviene pérdida del deseo. Veremos que en los dos casos, la anorexia como experiencia límite da cuenta del pasaje del cuerpo totalizado de la infancia al cuerpo fragmentado y erogenizado de la adolescencia.
El hambre como relato
Biografía del hambre (4)
es la duodécima novela de la escritora belga de 39 años Amélie Nothomb. Una de las voces más personales de la nueva literatura europea, con un estilo donde resalta lo autobiografico, Nothomb explora una vez más el conflictivo tránsito hacia la adolescencia a partir del hambre como motor de la historia. Siendo hija de un diplomático belga, su vida prosigue un destino nómade: Japón, China, Nueva York, Bangladesh, Burma, Laos, hasta los 23 años, donde se afinca en Bélgica. En cada lugar de residencia, el hambre actúa como vehículo: ¿qué es el hambre? “Por hambre yo entiendo esa falta espantosa de todo el ser, ese vacío atenazador, esa aspiración no tanto a la utópica plenitud como a la simple realidad: allí donde no hay nada, imploro que exista algo”. Pero el hambre también es para la autora “deseo”, “el hambriento es un ser que busca” y su infancia testimonia de ello: un apetito extremo por las golosinas, por el alcohol, por el agua. Hay también una constelación familiar que la ubica como “la superhambre”: “mi padre era bulímico, mi madre estaba obsesionada con los alimentos, mis dos hermanos mayores eran normales. Yo era la única que estaba en posesión de aquel tesoro, que sería la fuente de ambigua vergüenza a partir de los seis años, pero que a los tres, a los cuatro, se me aparecía como lo que era: una supremacía, la señal de una elección”. El paso por la anorexia se produce en esta autora-protagonista en la entrada a la adolescencia: “seguía siendo tubo, (5) pero en mi espíritu se iniciaba ya la dislocación de la adolescencia”. Bien freudiana, el desarrollo del cuerpo y el deseo por un joven inglés dio lugar a una voz nueva e imperativa: “La nueva voz era tan fuerte que en adelante impedía engañarse a sí mismo. En adelante, cuando intentaba recuperar aquel hilo narrativo, la nueva voz se interponía y sólo admitía el anacoluto”. El cuerpo infantil divinizado hasta el extremo se transformó entonces en un cuerpo fragmentado y extranjero: “todo se convirtió en fragmento, rompecabezas en el que cada vez faltaban más piezas”. La metamorfosis de Kafka se convirtió “en mi historia”. Finalmente, el día de su Santa, dejó de comer: “En Bangladesh, me habían enseñado que el hambre era un dolor que desaparecía muy de prisa: uno sufría sus efectos sin sufrir más dolor”. Fue así que se produjo el milagro: el hambre desapareció. Es interesante destacar la transformación que provoca el despertar sexual en el deseo infantil: de un hambre infinito y sediento de novedad se pasa a un hambre doloroso y mortífero. Como bisagra del pasaje, la voz del superyo opaca el deseo y exige gozar. “La anorexia fue una bendición para mí: la voz interior, subalimentada, se había callado; mi pecho volvía a ser plano a las mil maravillas; ya no sentía ni una pizca de deseo por el joven inglés; a decir verdad, ya no sentía nada”. Podemos agregar que esta resultante “sentir nada” es precisamente el paradigma de la anorexia Lacan lo formula en el Seminario sobre Las relaciones de objeto: “Ya les dije que la anorexia mental no es un no comer, sino un no comer nada. Insisto –eso significa comer nada. Nada es precisamente algo que existe en el plano simbólico”(6)
. Recordemos que Lacan sitúa a la anorexia en relación a la omnipotencia materna y lo interesante es que la resistencia a dicha omnipotencia no se juega a nivel de la acción (negativismo) sino en el plano del objeto “que se nos ha revelado bajo el la forma de la nada”.
Finalmente, estando en Bruselas comenzó a escribir. “La anorexia me había servido como lección de anatomía. Conocía ese cuerpo que había descompuesto. Ahora se trataba de reconstruirlo. Por extraño que parezca, la escritura contribuyó a que así fuera. Aquel esfuerzo constituyó una especie de tejido que luego se convirtió en mi cuerpo”.
Abzurdah en un cuerpo que goza
Abzurdah – La perturbadora historia de una adolescente (7)
es el primer libro de la joven platense de 21 años Cielo Latini. El mismo, publicado en Agosto del 2006, ya va por su segunda edición. Éxito en ventas, su foto ya forma parte de numerosos blogs, los adolescentes la leen con avidez y la adoran. No es un detalle menor que la prueba de ese libro haya sido el armado de un sitio llamado mecomoami, el cual en un mes llegó a tener más de tres mil visitas. Esta pagina pro anorexia fue la oportunidad –dice la autora- “de enterar al mundo de que hay maneras diferentes de ver las cosas, de que no todo es tan absoluto y que los límites nunca están tan delineados. Saberme ayudando a miles de chicas para mí era algo positivo. Miles de chicas no podían estar equivocadas.” ¿Por qué una comunidad de anoréxicas no era una idea absurda? Porque “¿quién puede saber más de anorexia que nosotras, las propias anoréxicas?”Es decir, el saber que otorga el pasaje por una experiencia (y en la lista podrían incluirse alcohólicos anónimos, mujeres golpeadas, etc.) tiene un valor más cercano a la verdad que el saber médico, psiquiátrico o psicológico sobre la misma. ¿Testimonio o provocación? Al lector le toca decidir, y así se lo invoca en el prólogo del libro. El caso de esta “adolescente perturbada” arranca entonces haciendo pie fuertemente en lo mediático.
La historia de Abzurdah bien podría ser el guión de una película testimonial, aunque en manos de Sofía Coppola (por pensar en la cineasta taquillera del momento) tendría sin duda un tinte menos melodramático y más sugerente de la protagonista (pensemos en la magnífica Vírgenes suicidas o en la posmoderna María Antonieta). Una niña precoz, educada en una familia acomodada de La Plata, hija mayor de tres hermanos, alumna brillante en el colegio, se sentía “escandalosamente gorda”. No tenía amigas y su único valor era ser el orgullo de sus padres. Era pues la excepción a la norma: “No soy normal. Esa soy yo: quien excede los límites de lo normal, y no siempre para bien.” Su nombre también contribuye a la excepción –Cielo- y ella misma juega con él para devenir luego en Clara, Hiedra o Lágrima en las numerosas cartas, mails y manifiestos aportados como testimonios de su transformación. En un viaje familiar, una pelea con sus padres la lleva a dejar de comer. «Mi manera de llamar la atención fue dejar de comer. Para ese entonces nunca había imaginado la delgadez como aliada, sino como un sueño inconcretable”. Sin embargo, será el deseo por un hombre y la decepción amorosa lo que la lleve a esta púber talentosa y presumida a la debacle anoréxica: “el amor te vuelve un bebé, te deforma, te consume, y si no es sacrificado, si no es sin sufrimiento, no es amor”. Estamos entonces frente a un desencadenante claro y preciso: un amor puro, un amor incondicional que en su fracaso deja como resultante el sacrificio extremo. Alejo es el destinatario de este amor (un joven nueve años mayor que ella) al que conoce un día en el chat y con el cual comenzará un intercambio epistolar y, más tarde, una relación pasional. Poco a poco se irá consolidando como su único pensamiento y como objeto de odioenamoramiento: “¿Cómo se puede amar y odiar a una misma persona? Bueno, es fácil de responder a eso. Alejo fue un estafador”. Con él conoce el placer sexual, con él supone un embarazo al que nombra Ursula, con él conoce “el abandono y el rechazo al reemplazo”. La bulimia es en este caso la entrada a la anorexia y lo que funciona a modo de calmante: “al vomitar experimenté una descarga que no había sentido antes, de manera extraña una acción desagradable me llevó a sentirme bien”. El cuerpo como máquina alimenticia pero también canibálica es el soporte de la felicidad ansiada luego de la desdicha amorosa, donde esta en juego una voluntad de gozar: “decidía vomitar y sacarme las porquerías que tenía adentro”. Luego, la carrera hacia la delgadez (ahora sí una aliada) no llegaba a concretar el objetivo: acaparar la atención del amado. Como contrapeso del amado estafador se hizo presente la voz-diosa Ana, nombre compartido por la comunidad pro anorexia al modo de una mística colectiva: “¿Por qué ser pro Ana? Ser pro Ana es un DERECHO, porque tenemos derecho a elegir”. En el caso de Cielo Latini, esta santa patrona de las anoréxicas “pasó a ser un estilo de vida y de allí mutó en mi aspiración final. Ana me castiga y me insulta cuando me castigo y me insulto yo misma. Si Ana ve que estoy siendo justa con mi persona, entonces me recompensa”. Luego de una delgadez extrema a causa de “comer nada” el “goza” superyoico exigió aún más: intentos de suicidio, automutilaciones. El límite finalmente llegó con una internación, medicación y un tratamiento analítico. Sin embargo, la escritura que siempre estuvo como recurso -“siempre tuve ese rollo, esa obsesión: escribir. Escribir cualquier cosa que me venía a la mente. El papel es prudente. El papel no te es infiel, no te caga, te deja ser”- fue el verdadero freno salvador. Contar la experiencia de un amor desdichado y de un cuerpo que goza en la anorexia, con el beneficio secundario de la fama mediática (ser entrevistada por la prensa, almorzar en televisión con la diva de los almuerzos) no es un logro menor. Abzurdah es el testimonio de una transformación: la desilusión amorosa se convierte en una causa justa para traspasar los límites saludables de la masa corporal.
Conclusión
Como decíamos al comienzo, la anorexia como síntoma contemporáneo da cuenta de un cuerpo afectado por el lenguaje, da cuenta de un cuerpo erógeno que se escribe sobre la gramática pulsional. Ambos testimonios, creo, permiten acercarnos a las vicisitudes de un cuerpo atravesado por la libido donde el objeto a como nada (comer nada) circunscribe una retórica particular. De todas maneras estos ejemplos no deben hacernos pensar que la cura de la anorexia debe pasar por la escritura. En ambos casos, algo de eso funcionó, “en singular” por la vía de lo autobiográfico. La experiencia del psicoanálisis como lazo social inédito (y la casuística es abundante en el tema) permite acceder a un nombre de goce pero con una transformación que implica cernir lo incurable. Identificarse a la anorexia no es identificarse al síntoma.
(*) Trabajo presentado en el Coloquio de la APLP ”El cuerpo afectado por el lenguaje”, 2006. Publicado en la revista Conceptual nº 8 – Octubre 2007.
Notas(1) La escritura no es solamente el «relato» de las experiencias vitales: ella misma es una experiencia de vida; por lo tanto, no se escribe con el cuerpo, sino que es el cuerpo el que escribe y se escribe.(2) Bellini, T. En Estudios de anorexia y bulimia, pág. 44(3) Freud, Sigmund: Manuscrito G Melancolía (1985), Tomo 1, Amorrortu Editores, 1996, pág. 240.(4) Nothomb, Amélie: Biografia del hambre, Ed. Anagrama, 2006.(5) Ver la novela de Amélie Nothomb Metafísica de los tubos.(6) Lacan, Jacques: El Seminario 4 Las relación de objeto, Ed. Paidós, 1994, Ppág.185.(7) Cielo Latini, Abzurdah – La perturbadora historia de una adolescente, Ed. Planeta, 2006.