Síguenos :

PRAGMA – INSTITUTO DE INVESTIGACIÓN Y ENSEÑANZA EN PSICOANÁLISIS

Dónde estamos

Av. 7 e/ 54 y 55 - La Plata

Correo Electrónico

asocpsiclp@gmail.com

Sobre el límite de la práctica (*)

Buenas noches. Tomando en cuenta un punto de estructura que desarrollaré luego, voy a contraponer dos casos. Uno de ellos, el primero que comentaré, se publicó en una recopilación; el otro caso es un fragmento clínico incluido en un artículo publicado unos cuantos años antes en la revista El Murciélago Nº 9.

En principio, quiero hacer algunas aclaraciones en relación a la perspectiva desde la que he elaborado estos relatos. Con respecto al constructo social «la droga», desde el psicoanálisis decimos que no hay tal cosa. Hay variabilidad de productos o sustancias, y variabilidad de usos, es decir, de modos de consumo.

En el año 1990, se publicó un libro que inicialmente, empezada a tomar forma de Módulo de investigación en el Centro Descartes, leíamos con mucho entusiasmo; lo he citado muchas veces, incluso en otras oportunidades en que he venido a La Plata, me refiero al libro de Alain Ehrenberg Individuos bajo influencia, donde podemos leer un aserto simple, es un hallazgo que viene muy bien a nuestra práctica: en el preámbulo, que tiene un título precioso, “Un mundo de funámbulos”, dice «hay usos heterogéneos de múltiples productos».

Tampoco hay “la droga” en relación a lo que planteamos como la causa de una adicción, hay sustancias que producen efectos diversos en el cuerpo, que no podemos desatender, sin duda alguna. No es lo mismo la marihuana, el paco, la cocaína, el éxtasis (u otras drogas de diseño) el alcohol, mezclados, sin mezclar. Sin embargo, lo que intentamos determinar en una adicción es la función de esos productos. Lo que nos interesa de la sustancia como tal es su función. En este sentido, en el Seminario sobre La angustia, año 1962, momento en el que Jacques Lacan decide llegar al tratamiento de lo real por la vía de la angustia, es decir, por la vía de un afecto, y no de un concepto, traza una distinción entre los objetos dados a ver en el mundo y el objeto a como función en una estructura, marca de goce en el cuerpo. Esta distinción es muy operativa para entender la función del montaje de una adicción, o dicho de otro modo, de estas prácticas de goce. Qué función tiene en la estructura, sea una neurosis, sea una psicosis, sea una perversión ¿Qué función tiene en la estructura del deseo, en la construcción de un delirio? ¿Cómo aparece en el montaje de una escena perversa?

Por las características de estas prácticas de goce, podemos advertir que, en lo singular de cada caso, más de una vez, ciertas adicciones ponen a prueba la práctica en sí misma. Para quien consume, el fracaso de ese recurso puede llevarlo a la pregunta ‘¿qué hago metido en todo esto?’ o dejarlo en el límite de que otros lo lleven a una consulta. Del lado de la práctica analítica, la prueba recae sobre la dificultad de no poder operar siempre desde una clínica discontinua de las estructuras (neurosis, perversión psicosis), en tanto ese recurso puede tener una función de suplencia, por ejemplo, en el sentido que veremos en el caso que comentaré, de detener un acto, de modo tal que no sea posible discernir claramente qué estructura da soporte a esa peculiar respuesta a una experiencia traumática.

No por obvio hay que dejar de decirlo, si he podido construir un relato es porque conté con lo único que vale para nosotros, que es el relato al que da lugar una droga. Sin eso, nada es posible. Lo digo con relación a la práctica del psicoanálisis, pero lo puedo hacer extensivo a otras prácticas terapéuticas. Si no hay palabra, si no hay relato, no hay posibilidad de hacer nada. Si tenemos un cuerpo amañatado por droga o embebido en alcohol, mudo, no es posible nuestra intervención.

El relato a que da lugar una droga es comparable al relato a que da lugar un sueño, así lo plantea un autor italiano del campo de la literatura, Alberto Castoldi, quien analiza los textos de Thomas de Quincey, Baudelaire, Moreau de Tours, Michaux, Burroughs, entre otros, es decir los textos literarios fundadores de la literatura escrita a partir de la experiencia con drogas. Los analiza siguiendo, en parte, a Freud, más con su intuición que con un conocimiento exhaustivo, y postula la idea de «texto drogado» como creación literaria. Por efecto de la escritura estos autores transforman una experiencia real que acontece en el cuerpo en la gramática de un texto que otros aspiran alcanzar a través de una experiencia similar.

He dividido este relato clínico en cuatro subtítulos. Se trata de un hombre de treinta y cinco años que consulta en el Centro de Asistencia en Adicciones de un hospital de la ciudad de Buenos Aires. Llega a la entrevista de admisión acompañado por una mujer mayor que participó en su crianza junto a su madre desde la infancia. Hacía pocos días le habían dado el alta en un Neuropsiquiátrico de la Provincia de Buenos Aires luego de una internación breve.

Se presenta con las dificultades propias de los efectos de la medicación que le administraron para apaciguar la crisis por el que estaba pasando, provocada por el alcohol. Bebió durante casi un día y medio sin parar litros de cerveza y vino. A medida que se alcoholizaba fue poniéndose cada vez más violento con su esposa, con su hija menor y con él mismo. Intentó arrojarse por el balcón y, luego de un tiempo de contención, intentó hacer lo mismo con su hija menor.

Ya admitido en el Centro, después de la primera entrevista, en una consulta psiquiátrica, decidimos atenuar los efectos de la medicación disminuyendo paulatinamente la dosis y la frecuencia. En ese momento, aun se veía con frecuencia con una mujer con la que había iniciado una relación hacía unos pocos meses atrás, y su queja inmediata fue la disfunción sexual que le provocaba la medicación. El psiquiatra no tuvo en cuenta esta queja, y por mi parte di mi acuerdo. Así comienzan las entrevistas individuales. Dos meses después, por iniciativa suya, comienza a participar en un grupo terapéutico de ese mismo Centro de Asistencia.

Ritos iniciáticos sin retorno

Inicia el consumo de alcohol en la pubertad, a la edad de trece o catorce años. Se reunía con sus amigos de la escuela a jugar a las cartas, y mientras jugaban, bebían. Poco a poco empezaron a apostar, y él poco a poco empezó a no parar de beber hasta estar alcoholizado. Se alcoholizó durante varios años. A los diecisiete años comenzó a consumir cocaína. La época más pesada en el consumo de drogas y alcohol fue de los diecisiete a los ventitrés años; en ese periodo se inyectó alcohol, ácidos, y mezcló diferentes drogas. Dejó el alcohol a los ventitrés años por una hepatitis alcohólica grave, que lo obligó a estar ocho meses en reposo. No obstante, en ese estado consumía cocaína. Esta iniciación no tuvo retorno, su vida siguió signada por el consumo de drogas y alcohol.

El revés de una vida compulsiva

Sobre estos hilos tramados por un modo de consumo paulatinamente cada vez más compulsivo, camina como un funámbulo, expuesto a todo riesgo. El revés de esta trama está signado por tres momentos de su vida, a partir de los cuales organicé sus dichos:

            1. El encuentro con el hombre que fue su padre, exactamente en ese período de los diecisiete a los veintitrés años. El padre muere en ese tiempo, poco después que él se recupera de la hepatitis. Mucho después dirá que cuando ya agonizaba, fue a verlo al hospital (pateando puertas para que lo dejaran entrar) y su padre no quiso recibirlo. Los abandonó cuando él tenía dos años. Cuando regresa a Buenos Aires, es la madre la que consulta a cada uno de sus hijos (a él y a sus dos hermanas) si quieren verlo. El acepta, pero es durante ese tiempo cuando más consumió drogas y alcohol en su vida, fue una época de rebeldía, querellas y pertinaz enfrentamiento con su padre y con todos en general.

            2. El casamiento a los veinte años con una mujer, la madre de sus dos hijos, que conoció en su adolescencia (pero que dejó de ver en esa época), y el nacimiento de su primer hijo, hoy un adolescente de quince años. Después del nacimiento de este hijo se fue con otra mujer durante unos meses, luego volvió. Ese mismo movimiento de fuga se repetirá con el nacimiento de su hija.

            3. La sustitución progresiva del alcohol por la cocaína. Después de un tiempo del casamiento con la mujer que será la madre de sus hijos, sustituirá la combinación de alcohol y cocaína por la cocaína como única sustancia de consumo.

A medida que el compromiso del cuerpo bajo los efectos de las sustancias fue cediendo, aparecieron los dichos sobre esos objetos hechos de palabras que son también las drogas y los alcoholes. Habló. Vale aclarar que recién en ese momento (no antes), la palabra volvió a recuperar su valor múltiple de significaciones. Es éste un observable simple: a partir de ese momento, fue posible pesquisar en sus dichos algunos indicios fantasmáticos que han signado su vida de modo fatídico. Por otra parte, los elementos que aparecieron con un valor fatídico fueron los que me permitieron advertir la respuesta singular del sujeto en lo que fue un modo particular de consumo. 

Con respecto a lo que estoy planteando como ‘respuesta singular’ en relación a un ‘modo particular de consumo’, quiero hacer un comentario sobre la distinción entre lo universal («para todos») Jacques-Alain Miller lo nombra como un imperativo, «el empuje al consumo»; lo particular, que son las modalidades de goce, que atañen a un grupo, no a un solo individuo. En términos generales, podríamos hablar de épocas, generaciones, modas, circuitos sociales, ciudades, bandas, barrios; modalidades que conforman comunidades de goce, como también se las llamas hoy. Lo singular, que es lo que he llamado ‘fatídico’, un elemento con valor fatídico. Tomo esta palabra del Módulo de investigación, del que soy responsable hace ya muchos años y que hoy se llama «Trauma y Adicción. Sobre el límite de la práctica», pero antes se llamó «Consumos fatídicos», nombre inventado por Germán García, complejo en sí mismo porque reúne dos términos en apariencia contradictorios entre sí, un oximorón: consumo y destino (fatum). Nombre que nos dio mucho que hablar. Bien, lo singular es precisamente la inscripción de un elemento fatídico. En rigor, ‘fatídico’ es también el «sujeto feliz», nombre irónico con el que Jacques Lacan designa al sujeto borrado (hay que decir) por el programa pusional, acéfalo, que signa una vida y del que nada sabe quien está sujetado a sus condiciones de goce. Decir ‘feliz’ es hablar de la felicidad en el sentido de la fortuna (buena o mala) que a cada uno le tocó en suerte, cuya fuerza será irreversible mientras se ignore su condición de destino.

Sigamos con el relato. A esta altura del tratamiento se produce una interrupción. El efecto posterior fue notable, al retornar pudo diferenciar los efectos que producen en él las distintas sustancias, y mostró un cierto interés por saber qué le pasaba con las mujeres. Recuerden ustedes que él llega acompañado por una suerte de nodriza, una mujer que lo crió junto a su madre, en su infancia; el encuentro, que señalé en particular con la mujer que luego será su esposa y madre de sus hijos, y lo ocurre luego del casamiento y el nacimiento de su primer hijo, el encuentro con otra cosa que es la «cocaína pura». Algo de lo que pasa con las mujeres, se apuntalará mejor en este segundo tiempo, después de la interrupción.

Interrumpe porque consigue un trabajo por “buena plata, la que necesita para empezar a organizar aspectos mínimos de su vida y la de sus hijos”. Decido dejar que corra su suerte. Queda con el compromiso de mantenerse en contacto telefónico conmigo hasta poder ubicar un horario en la semana que le permita continuar con el tratamiento. Llama más de una vez para avisar que tal arreglo de horarios aun no es posible. Después de un mes llaman su madre y su hermana menor para decir que nuevamente todo está muy mal. Su madre me pide con insistencia que aunque sea lo atienda en mi consultorio, que su hermana podrá hacerse cargo del pago. Le contesto a ambas que por mi parte no podré hacer nada hasta que él se comunique conmigo, y me diga qué quiere hacer.

El retorno de esta intervención fue un buen auspicio. Llama a mi consultorio y me dice que quiere tener una entrevista lo antes posible. De este modo, volvió al Centro de asistencia donde lo seguí atendiendo. Dejó el trabajo (claramente ligado a un circuito de drogas) por decisión propia, la situación se le había vuelto insostenible porque en ese tiempo volvió al alcohol y a la cocaína y la violencia en sus actos, bajo mayor control, volvió aparecer. Quedaba por resolver en ese momento dónde y cómo iba a continuar su vida.

Del lado de los efectos, él distingue una diferencia notable: el alcohol lo pone violento, lo induce a actos violentos en los que no se reconoce y de los que se culpará una y otra vez. Mientras que el «consumo limpio” de cocaína lo deja “duro” y lo aísla cada vez más. Esta distinción quedará, luego, aparejada a dos tiempos de su vida también para él claramente diferenciados uno del otro:

–          Por un lado, la época en que el consumo de alcohol es el recurso para seducir a las mujeres. Hoy, reconoce que difícilmente puede acercarse a una mujer sin alcohol y lograr que pase algo con ella. Bajo los efectos del alcohol el sexo con las mujeres fue y es violento. “No puedo parar”, dice.

–          Por otro, el tiempo de sustitución de sustancias: del alcohol por el «consumo limpio” de cocaína que anestesia su interés por las mujeres. “Con la cocaína encima” no sentía deseos de estar con una mujer.   

La abstinencia, un frágil punto de capitonado

No me refiero, aquí, a la abstinencia de la sustancia. Por mi parte, a esta altura, me hacía dos preguntas:   ¿Cómo se produce este uso claramente diferenciado entre una sustancia y otra? ¿Qué pasó en particular con esa mujer que fue su esposa?

Después de la interrupción, volverá a pasar por algunos dichos con un compromiso diferente en relación a sus palabras. Bien podemos decir que se trata de la historia de un mal encuentro con su virilidad y con la figura del Otro sexo que encarnó una serie de mujeres que quedará reducida a otra serie de dos, no más. En la adolescencia, después de un fracaso amoroso con quien fuera su primera novia (que lo deja por un amigo del mismo grupo), su recurso era el alcohol para envalentonarse tanto entre las mujeres como entre los varones. Con el alcohol y algunas drogas más en su cuerpo se destacaba en el grupo: era líder, el más contestatario, iba al frente en situaciones difíciles. Así tenía con él a todas las mujeres. Recuerda con una sonrisa las añoradas épocas en que la relación con las mujeres era de provocación y sexo con una y otra, la que fuere. El juego se detiene cuando vuelve a encontrar unos años después a la mujer que había conocido en esa época (que no estaba en ese circuito indiferenciado de mujeres) y con quien se casa.

Esa épica de su adolescencia, sostenida por el ideal de ser el líder del grupo que lo puede todo, se apoya en una identificación al rasgo con un tío materno, “compinche”, también alcohólico. Del lado del padre, hay un hombre que dice serlo, pero del que sólo queda el consejo preceptivo de que deje el alcohol y las drogas y su repentina muerte. Un segundo encuentro con esa mujer exceptuada de la serie de las otras mujeres, y signado por el amor, produce la caída del personaje épico que fugaba hacia adelante embebido en alcohol y drogas.

Se casa, nace su primer hijo, todos vivirán juntos en la casa de su madre: sus hermanas, él, su esposa –a quien pronto ya no diferenciará de las otras mujeres de la familia- y su hijo. Allí, tras un nuevo intento de fuga que sólo le valió, al modo de un movimiento centrípeto, un retorno a “lo familiar”, una nueva modalidad de consumo ocupará un lugar central y extraño al mismo tiempo: la cocaína “limpia” de otras sustancias. A la manera de un frágil punto de capitonado, dice: “el monstruo en el altillo”, su decir está comprometido con el efecto del chiste. Ríe y cuenta con el impulso de un hallazgo de verdad que su vida transcurría en el altillo de la casa donde vivían en esa época. Aislado de todos, consumía la cocaína que le pasaba el inquilino que vivía allí. Las mujeres de la casa no tardaron en hacerse oír con una imposición que lo obligaba a permanecer allí “escondido, sin hacer ruido” para que los que pasaban por la casa no advirtieran su degradante presencia.

Elaboraciones que no concluyen

Así nombro a lo que yo decido dejar sin conclusión, en el sentido de no pasar una elaboración analítica sobre los elementos allí en juego.  

Sobre ese juego voraz de complicidades con las mujeres de la familia, no puede dar razones. Sí, libre de los efectos de la droga y el alcohol, puede reconstruir la historia de amor y odio con la mujer-madre de sus hijos. Finalmente se separaron, pero él vive “pendiente” de ella. No puede parar de pensar en ella. «Ahora –dice- ya sabe qué aparece cada vez que se encuentra con ella»; ahora que los problemas son muchos más que cuando todo se reducía al único problema de la droga, «aparece el odio». Ella le despierta mucha ira. Advierte en la compulsión de esos pensamientos la misma modalidad que en el consumo de drogas. Casado con la cocaína anestesió su deseo por las mujeres y la concomitante angustia que este deseo le producía. ¿Cómo responder a ese encuentro, que siempre será un mal encuentro, con el Otro sexo -Otro para mujeres y varones- sin pasar por los filtros de drogas y alcoholes? ¿Cómo responder sin contar con ese phármacon, nombre de todos los remedios y los venenos, por cuyos carriles hace transcurrir su vida?

El “monstruo-phármacon” no es más que un frágil anudamiento, una fatídica abstinencia, con la que sostiene el sacrificio de su virilidad. Redentor sacrificio que lo abstiene de una pasión criminal. Recuerden la escena donde él está totalmente alcoholizado. Es éste el punto central: cómo ubicar en sus dichos el lugar que tiene en la estructura su relación al alcohol y la cocaína. Hay aquí un límite, una dificultad, en cuanto a llegar a determinar finalmente de qué estructura se trata. Sí, evidentemente, fue posible producir un apaciguamiento, atemperar su consumo. En esas condiciones, reorganizó muy bien su vida en cuanto a la relación con su ex mujer, con respecto al cuidado de sus hijos, a dónde ir a vivir, al trabajo. Es decir, logró rearmar su vida, sin recurrir a su antídoto (consumir, aislado de toda relación, «cocaína limpia de otras sustancias»), después de una crisis alcohólica virulenta que lo dejó en el borde mismo de un pasaje al acto.

Sin duda alguna podemos decir que la palabra lo cura. Hablar lo ordena. El mismo lo advierte: hablar en el grupo terapéutico, en las sesiones, lo ayuda a organizar su vida. Los terapeutas del grupo dicen que su lugar se vuelve clave en cada reunión. Es rápido e inteligente. Hablar con una mujer que lo escucha, (que les ha dicho a las mujeres de su familia que primero tiene que hablar con él para continuar con lo que él mismo había interrumpido) lo alentó. Sin embargo, implicarlo en un análisis –situación que evalué más de una vez- hubiese sido darle otro estatuto a su interés por hablarle a una mujer. ¿Cómo sostendría la amalgama entre palabra y pulsión bajo transferencia, ante un obstáculo bajo transferencia? ¿Cómo toleraría el vacío que preserva un analista en cada encuentro para que la ganancia de saber prosiga su curso? ¿A qué daría lugar volver equívoco el sintagma «el monstruo en el altillo»?

Muy tangencialmente haré una comparación con el caso de una mujer donde es posible localizar su práctica de goce como parte de la estructura neurótica de una histeria. En este caso, se trataba de una joven de 25 años que atendí muchos años antes. Lo más importante para mí, en ese momento, fue cómo inicia el tratamiento. Yo estaba haciendo las prácticas hospitalarias en un Centro de Salud Mental. Ella hubiera tenido la posibilidad de pedir un turno en la ventanilla rotulada “Toxicomanía y alcoholismo”; no pide el turno ahí, sino en el sector “Adultos”. En la segunda o tercera entrevista empieza a hablar del consumo de drogas en su vida, de lo que ella llamaba su vida de drogona, durante diez años, de los 15 a los 25 años, período plenamente organizado en función del consumo drogas. Diez años que compartió con un compañero del que viene a hablar en la primera entrevista, una relación de amor y drogas que empieza a terminar. Ya no le era posible seguir viviendo con él. Hay, ahí, un dato fundamental: esta joven no se presenta como adicta, no habla de ella como adicta. Estuvo internada en la Comunidad terapéutica, Viaje de vuelta, esa experiencia tuvo algunos efectos favorables, que llegaron a tener una significación muy particular para ella porque estando internada murió su padre, quien fue el que la sacaba de la cárcel todas las veces que ella cayó presa por delinquir para obtener la droga. Durante su análisis (en este caso sí fue posible) la elaboración sobre el duelo por la muerte permitió localizar la función de las drogas en su fantasmática. Una histérica muy pintorezca, sus relatos resonaban, por momentos, a un estilo propio de una novela de amor del siglo XIX.

Sus posibilidades fueron muy distintas. Fue alguien a quien yo traté durante unos meses, sobre el término de mis prácticas en ese hospital, por lo tanto le hice saber con cierta anticipación que dejaría de ir a ese lugar. Ella manifestó su interés por continuar. Al tiempo me llamó. Continuó su análisis durante tres años más. En este caso, estamos hablando de lo que fue una adicción en una estructura neurótica, en una histeria. Si entráramos más en detalle podríamos ubicar el lugar de la función de la droga en la estructura de su deseo. Un dato importante es el momento en que sitúa el comienzo del consumo, después de lo que ella llama una violación, precisamente a los quince años; el lugar de hija insultada y condenada por la madre, la relación con un padre «culto» (que contrastaba con la condición social de su madre) y de quien ella decía literalmente “si no hubiera sido su hija, hubiera sido su mujer”.

Debate

Respuesta a varias preguntas:

Cuando decimos que de la droga lo que nos importa no es la sustancia sino la función estamos volviendo al principio freudiano del año 1897, donde Freud dice que el agente de una adicción no es el nártico, sino la satisfacción que la adicción viene a suplir. Me pareció interesante lo que decía Pablo Fernández, que Freud en 1930 habla de manía, en El malestar en la cultura. En la carta a Fliess del 22 de diciembre de 1897, define la adicción como un hábito que sustituye a otro, la «protomanía», que es la masturbación. Es decir, la define como un hábito que se asume compulsivamente. Pero, observemos, que Freud no usa la palabra ‘compulsión’, sino ‘manía’, sustituye -dice- la «protomanía». El concepto de compulsión, es posterior. Es un tema a indagar la relación entre estos conceptos, manía, repetición, compulsión.

Por lo menos dos principios de rigor: 1.- el agente no es la droga, sino esa satisfacción que viene a suplir la adicción. 2.- el montaje de la adicción no es una estructura en sí misma. Plantearlo como una estructura en sí misma, es un modo de ofrecer una terapéutica especializada, en manos de especialistas!

Gracias.

Adriana Testa: Miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP) Miembro del Centro Descartes.

E-mail: adrianatesta@ciudad.com.ar

(*) Clase dictada el 15 de agosto de 2008 en el marco del Seminario Clínico “La clínica analítica ante las terapias de la felicidad” Organizado por APLP. Actividad asociada al Instituto OscarMasotta (IOM)

Versión corregida por Adriana Testa

Etiquetas:

Compartir:

Quizás te interese