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¡No se apasione! – La máscara de la femineidad contemporánea (1)

El psicoanalista y la subjetividad de su época

Los elementos estructurales de la subjetividad de una época en una cultura dada determinan un encuadre de la realidad, de tal suerte que las proposiciones que emergen del discurso vigente adquieren, en esa realidad, valor de verdades indiscutibles, como si fuesen apenas inferencias de lo obvio o hasta verdades basadas en un saber llamado científico.

Para que el psicoanálisis no desaparezca ahogado en el fantasma de la subjetividad de una época, Lacan convocó a los psicoanalistas a asumir la radicalidad inhumana del deseo del analista. Para que el analista esté a la altura de su función es indispensable que tome distancia de la ventana de la realidad del contexto histórico, para que, citando a Lacan, “conozca bien la espiral a la que lo arrastra su época en la obra continua de Babel, y que conozca su función de intérprete en la discordia de las lenguas” (2). Así el analista tiene como función rasgar el velo de esas verdades universales, para apuntar lo que, de estas supuestas verdades, es apenas producto de lenguas autistas. Estas tuvieron la astuta potencia de engañar nuestros oídos, haciéndonos tomar proposiciones que advienen como andamios que alcanzan el cielo de las verdades universales, y nos dejamos adormecer acunados por sus encantos. Lacan determina de forma fulminante esta función del analista diciéndonos “que antes renuncie a eso (al psicoanálisis) quien no consiga alcanzar en su horizonte la subjetividad de su época” (3).

Pretendo demostrar en este trabajo, que una proposición producida por la neurosis histérica, emergente en las condiciones específicas de nuestra contemporaneidad, adquirió el estatuto de verdad universal en la subjetividad de nuestra época. Tal proposición se infiltró en nuestro delirio universal como una evidencia de lo obvio, de tal manera que, inclusive, pudo haber adquirido el valor de moneda corriente en los diálogos entre psicoanalistas, como una verdad indiscutible que no necesita demostración. Por esto, estamos ante el riesgo, que nosotros, psicoanalistas, avalemos el goce histérico que sustenta esta supuesta verdad y, juntamente con ese engaño, hagamos del acto analítico el camino cierto para la desaparición del psicoanálisis.

La histeria en la contemporaneidad

En el seminário, “El hueso de un análisis” (4), realizado en Salvador-Bahía, en 1998, Miller cerraba sus elaboraciones, entre las cuales estaba su formulación acerca de la vivificación del goce que el significante produce en el cuerpo, pronunciaba entonces, en el final de este seminario, una frase que merece ser tomada en toda su importancia. Es una frase que produjo en la audiencia una reacción automática de risas, ciertamente por el desconcierto que ella provoca teniendo en cuenta el encuadre de nuestra realidad, en efecto, esta frase invierte enteramente la perspectiva para la cual nuestra histérica actual nos convoca. Inversión precisa, pronunciada por Miller, mas hecha de forma elegante y gentil, bajo el modo encantador de una invitación para que de eso alguna cosa pueda ser escuchada. Hablando en nombre de los hombres, él nos decía: “señoras, ámennos.”

Miller cerró así, con esta invitación, cuando, en sus últimas reflexiones, decía que “hay una dificultad contemporánea en relación al amor y que, por su movimiento natural, la conquista de los derechos de la mujer se tradujo en una dificultad del lado del amor” (5). En ese momento nos recordó que la desvalorización del amor y la consecuente promoción de la fantasía, naturalmente con su acento fetichista, son fenómenos que están principalmente situados del lado macho. Miller propuso entonces que las mujeres, al despertar para sus derechos en los campos jurídico y económico, lo hiciesen de una buena manera, no como los hombres, o sea, no olvidando la importancia que tiene el amor en las relaciones de pareja.

Esta invitación de Miller guarda aproximaciones con una referencia freudiana del texto “El Malestar en la civilización”, una formulación bastante polémica, principalmente desde el punto de vista feminista. Nos dice Freud: “Las mujeres representan los intereses de la familia y de la vida sexual. El trabajo de civilización se volvió cada vez más un asunto masculino, confrontando a los hombres con tareas cada vez más difíciles y obligándolos a ejecutar sublimaciones pulsionales de las cuales las mujeres son poco capaces” (6).

Según mi punto de vista, el cual pretendo demostrar en este trabajo, esta citación de Freud tiene gran pertinencia, a pesar de haber sido formulada de manera imprecisa. La imprecisión se debe al hecho de que no podemos afirmar que las mujeres no son capaces de ejecutar sublimaciones, incluso, porque la gran posibilidad de investimiento libidinal de esa vicisitud pulsional ya fue demostrada por ellas a partir de las grandes conquistas que alcanzaron en la sociedad actual en los más diversos campos. Toda la cuestión es que, aún así, con todas las satisfacciones que las mujeres pueden extraer de esas conquistas, aún centralizan en el amor, en el campo de las relaciones amorosas, la localización de la función de excepción para la feminidad. Si en el campo de las conquistas sociales, producidas por el movimiento feminista, tenemos posibilidad de satisfacciones que valen para Todas, la función de la excepción se centraliza en el campo de las relaciones amorosas en sus dos vertientes paradojales : en el sueño mas elevado del Ideal inalcanzable “de La Mujer” -la única, la especial, la inigualable entre todas las otras, frente al deseo masculino- como también en la otra vertiente de la excepción por la consecuente caída de este sueño, que se traduce en el goce superyoico del estrago relativo al sentimiento de exclusión.

De aquí, entonces, podemos extraer la pertinencia da la formulación freudiana según la cual las mujeres salvaguardan la relación amorosa ya que en ella localizan su goce mas precioso. Y también lo que acostumbramos a oír cotidianamente en la clínica a través de las quejas histéricas: “ será yo sola, sin él, tengo que luchar por nuestra relación amorosa?”.

Por otro lado, los hombres tienden a centralizar su goce superyoico en torno al imperativo superyoico de un “deber ser” que conduce a los ideales sociales. En nombre de estos ideales universales acaban dirigiendo su libido para el campo del trabajo y las relaciones sociales, resultando de esta universalización un goce en una cierta posición de mortificación, por la anulación de la singularidad de su deseo. Tal mortificación, regulada por la desinteresante rutina obsesiva, acaba impregnando de aburrimiento las relaciones amorosas. Así, la invitación “señoras, ámennos” corresponde a un apelo que Miller hace en nombre de los hombres: “no nos dejen cadaverizados en nuestra armadura obsesiva”.

La máscara de la femineidad contemporánea

La histeria como “neurosis” naturalmente femenina se asienta sobre la pregunta qué es ser mujer?, “naturalmente” femenina entonces, porque es una pregunta acerca de la identidad femenina, pregunta para la cual no hay respuesta en el campo de lo simbólico. Esta ausencia de referencias simbólicas está articulada al mismo tiempo a un goce femenino que no se encuadra en las medidas fálicas, del cual nada puede ser dicho ni contabilizado. Aunque Lacan sólo haya formulado precisamente esta condición de la femineidad en 1973, en el seminario “Aun (7), ya encontramos en 1960, en los Escritos, en “Ideas directivas para un congreso sobre la sexualidad femenina”, una formulación que anticipa sus proposiciones posteriores, al mismo tiempo que hace emerger de esa misma formulación, la función de la mascarada: “En la posición de o bien-o bien en que el sujeto se encuentra atrapado entre una pura ausencia y una pura sensibilidad, no debe asombrarnos que el narcisismo del deseo se aferra inmediatamente al narcisismo del ego que es su prototipo” (8). De ese modo Lacan nos anticipa que: entre ‘una pura ausencia’ de referencias simbólicas y ‘una pura sensibilidad’ del goce femenino, el narcisismo del deseo dirigido a la pareja amorosa se aferra inmediatamente al narcisismo del ego, erigiendo a través de lo imaginario una máscara que tiene como función instituir un semblante para la femineidad.

Todo el problema es que esta máscara termina situando lo femenino en el campo de la significación fálica, apartando a las mujeres del eje a través del cual se podería seguir un camino en dirección a la función de la extimidad -diferente de la función de la excepción- allí, del otro lado, allí, donde se localiza el horizonte de la femineidad. La función de la mascarada y el engaño que ella termina promoviendo para la propia femineidad, es lo que Lacan formula de manera precisa en su texto “La significación del Falo”, diciendo que : “Por muy paradójica que pueda parecer esta formulación, decimos que es para ser el falo, es decir el significante del deseo del Otro, para lo que la mujer va a rechazar una parte esencial de la femineidad, concretamente todos sus atributos en la mascarada. Es por lo que no es por lo que pretende ser deseada al mismo tiempo que amada.”(9)

Según cada cultura, en cada momento histórico, esta máscara cambia, muchas veces a una velocidad alucinante, así como las histéricas cambian de ropa y adornos todos los días en una carrera vertiginosa atrás de una Otra mujer, que no es ella misma. Lo interesante es que, en los tiempos del Otro que no existe, en los tiempos de pérdida de los significantes amos, de ausencia de trazos simbólicos que aseguren identificaciones que valgan para todos, asistimos un fenómeno sorprendente que se erige sólido y potente en nombre de una nueva identidad femenina, pero que en última instancia, es la traducción misma de la mascarada de la femineidad en la contemporaneidad : La mujer multimedios, multi-facetas en sus varias posibilidades, autónoma, independiente, capaz, súper-súper mujer, que se pretende, muchas veces, ser hasta más potente que los hombres. Esta máscara tiene varias caras que pueden ser enunciadas así – mas notemos también que todos estos denominativos se hacen antecedidos por el artículo definido ‘La’ :

La profesional realizada – en sus competencias sublimatorias, sean científicas, artísticas o técnicas, de tal suerte que el mundo del trabajo ya no podrá más sobrevivir sin las mujeres;

La politizada, culta, intelectual – comprometida en las luchas de los derechos de los excluidos, especialmente los derechos femeninos;

La administradora del hogar – ya no es más ‘ama de casa’, ascendió de puesto de mando, e inclusive como proveedora económicamente del hogar en proporciones cada vez mas alarmantes;

La madre psicopedagogizada – especializada en los saberes psi sobre el desenvolvimiento infantil;

La gimnasta diet – bonita en cualquier edad, y saludable a través de la contabilización obsesiva de las calorías y los nutrientes;

La amante liberada – especializada en las fórmulas de inclusión del orgasmo clitoridiano en el acto sexual.

Pueden acrecentarse fácilmente otras facetas en esta lista, más …. y la amante apasionada, dónde está? la mujer que sueña e muere de amor por su pareja? – No forma parte de esta lista, fue excomulgada.

Esta condición peculiar, mantenimiento de varios trazos identificatorios en la histeria contemporánea, ya había sido citada por Slavoj Zizek, mas vale resaltar aquí, en este trabajo, la aproximación y la distancia que este modo de identificación guarda en relación a la identificación “estrellada” de los melancólicos, como Lacan formula en Lituraterra (10). Así como los melancólicos, el mantenimiento en serie de varios trazos de identificación, referentes a padrones de conducta social, funciona como una compensación imaginaria para la ausencia de significantes ordenadores centrales. Ahora bien, la diferencia estructural entre la máscara de la femineidad contemporánea y la identificación estrellada del melancólico consiste en la referencia fálica que la máscara de la femineidad lleva en su centro. Con estas máscaras, las histéricas quieren volverse el falo para el deseo masculino. El problema surge porque la máscara de la femineidad contemporánea no produce el efecto esperado de fetichización para el deseo masculino. Su resultado es un tiro que sale por la culata. Como denuncian los propios dichos de mujeres que se nombran como realizadas, independientes y liberadas : “donde están los hombres?”, “no se encuentran hombres!”…

Eso porque, la máscara de la femineidad no se erige como el falo, sino, mas precisamente, como una multiplicación de falos, la propia Cabeza de la Medusa que resurge del escenario mitológico para el campo de la realidad de nuestra época. Como formuló Freud en su texto La cabeza de la Medusa (11), todo el miedo que hace al hombre quedar petrificado – o correr bien lejos del deseo por estas mujeres que portan esta máscara – consiste en el hecho de que la propia multiplicación del falo es en sí misma un símbolo de la castración. De ahí el horror, la fuga, o igualmente, la tan famosa desaparición del hombre al día siguiente al primer encuentro.

Por otro lado, comienza a emerger , en contrapartida a ésta máscara de la femineidad contemporánea, un nuevo hombre que, como soldado remanente de una guerra perdida, no desistió de la vertiente adorable de la lucha entre los sexos y propone un terreno de tregua. Este nuevo hombre, que no desistió de sus anhelos de ser amado por las mujeres, en lugar de formular la invitación pronunciada por Miller ‘señoras, amenos’, formula esta súplica por la vía del semblante, utilizando sabiamente estrategias propias de la histeria. Vistiendo el nuevo ropaje del hombre posmoderno hace surgir el hombre ‘metro-sexual’, que intenta feminizarse con los adornos estéticos propuestos por las histéricas contemporáneas, que hacen de ese hombre su nuevo juguete. Y así, dejándose transformar en feminizado, sustenta un apelo al romanticismo. Súplica muda de este hombre tan frágilmente dependiente del amor de una mujer.

Qué resulta de esta nueva relación constituida así? Qué resulta de las relaciones amorosas más estables en el transcurso del tiempo? Por cierto, relaciones cada vez más raras. De esto resulta una nueva estructura del casamiento. Retomo aquí como referencia, una proposición de Eric Laurent que me parece preciosa, extraída de la clase del 18 de diciembre de 1996, del curso de Miller “El Otro que no existe y sus comités de ética”(12). Clase que quedó enteramente a cargo de Laurent, donde trabajó el Edipo femenino a partir de bases freudianas, en la cual definió así la nueva estructura del casamiento contemporáneo : – la discusión eternizada de la relación, la discusión eternizada de la ‘puesta en abismo’ de la relación.

“Vamos a discutir la relación”-propuesta pronunciada por la boca de las mujeres, ante la cual los hombres tienden a sentir escalofríos. Pero cuando se dejan convencer por un supuesto valor ‘politicamente correcto’ de la propuesta, acaban subyugados por la creencia en la mujer, creen en ella, lo que fácilmente lleva a un destrozo, sus escalofríos más íntimos ya indicaban la función de esta propuesta: – “Vamos discutir la relación” sólo es una estrategia para que el hombre, a través del supuesto diálogo, admita sus fallas, se culpe, se retracte, prometa cambiar y después vuelva a admitir que falló nuevamente, etc… En suma, el punto de mira de esta propuesta es un punto de mira de la histeria ya bien conocido en el contexto psicoanalítico. El punto de mira es castrar al compañero, desafiar su potencia de amo como portavoz de la verdad. Y los destrozos en el campo de la relación amorosa se intensifican cuando el enunciado “vamos a discutir la relación” termina constituyéndose, por excelencia, como la navaja afilada del sadismo feminista.

Pero, por que castrar al compañero es cada vez más raro?

Propongo que la condición de la pasión en la histeria, definida por Lacan como erotomaníaca(13), puede ser formulada a partir de la prevalencia del goce femenino. Tal goce, despertado por el apasionamiento, tiende a expandirse sin límites en una dirección al infinito, con es propio a su estatuto. Pero, en la medida en que esta dimensión erótica se mantiene latente o igualmente reprimida, la vertiente del amor que se instituye como la envoltura que cubre el goce femenino, adquiere el estatuto de una exigencia insistente, sustentando la demanda incondicional de amor. De este modo, la excitación erotomaníaca se traduce bajo la forma de una exigencia de amor: – “ámame más, más, aun más…”.

La aceleración del goce erotomaníaco propio de la pasión en la histeria adquiere así, fácilmente, el estatuto de un imperativo del cual el sujeto ya no retiene el control. Lo que denuncia que la cara mortífera del superyo se infiltra rápidamente en este estado de goce. Así resulta que la aceleración de goce en la pasión viene a sustentar el estatuto de un imperativo ‘Goza’, con todo su efecto mortificante, haciendo que la experimentación de goce en el apasionamiento histérico rápidamente cambie de un estado de éxtasis para un estado de devastación.

Cuáles son las consecuencias de este estado de goce en las relaciones amorosas? Justamenete, la marcante presencia del modo de funcionamiento del superyo en la histeria. Retomo otra frase de Eric Laurent, de esa misma clase del curso El Otro que no existe (14) – frase que contiene en sí misma una proposición fundamental acerca del estatuto del superyo en la histeria:

“Las mujeres creen más en el juez que en la ley”

Con esta formulación se marca una distinción radical entre el modo de funcionamiento del superyo en la histeria y en la neurosis obsesiva. Los obsesivos creen en la ley – en la ley que hace de su acción una regla universal que sirve para todos, como podemos articular a los comentarios que hice inicialmente a propósito de la citación freudiana extraída del texto “El Malestar en la Civilización”(15). Las histéricas, por otro lado, creen más en el juez y no tanto en las leyes universales, por eso proyectan imaginariamente en el semblante del compañero – su medio precioso de goce – la figura obscena y feroz del superyo. Así, cuando las histéricas lloran por su posición de víctimas delante de sus compañeros, diciendo “los hombres son unos monstruos”, encontramos la evidencia de la proyección imaginaria paranoica, de la severidad del superyo en el compañero erótico.

La proyección de la severidad del superyo en el semblante del compañero, en su variación más tenue, se denuncia en el temor constante que sobresalta a una mujer apasionada cuando decide ir en la dirección de privilegiar sus deseos más íntimos frente a él. En ese momento, sobreviene un temor bajo la forma de un juicio de valor que podría venir silenciosamente de su compañero:” pero… que va a pensar de mi?”. Un veredicto silencioso instituido por el juez que tendría el poder de determinar el valor de su ser de mujer.

Por esta razón, la estructura del superyo en la histeria termina manteniendo íntimas relaciones con el desafío histérico, el cual se constituye en la vertiente feminista de la histeria. En el desafío histérico, el punto de mira consiste en castrar al compañero, al padre, al amo, en fin, a todo aquel que se instituya como el semblante feroz de la figura obscena del superyo. Tal estrategia en la histeria se mantiene como un mecanismo de defensa bastante privilegiado en la contemporaneidad, pero termina en una guerra sin fin, puesto que falla esencialmente su blanco.

En este sentido, es preciosa la orientación clínica que nos da Lacan sobre las estrategias en la transferencia que puede y debe tener a mano el analista cuando se trata de una neurosis histérica, principalmente cuando un sujeto se mantiene aun muy decidido en su histeria. Nos dice Lacan, en el texto Subversión del sujeto: “una vacilación calculada de la ‘neutralidad’ del analista puede valer para una histérica más que todas las interpretaciones”(16). Por qué? para que el analista no se convierta en la encarnación de la figura obscena del superyo para una histérica, lo que sería enteramente desastroso para los fines psicoanalíticos. De ese modo, el analista debe reducir la potencia del Otro que la transferencia, en su vertiente imaginaria, tiende a hacer consistir. Citando a Lacan, “cómo debe preservar el analista para el otro la dimensión imaginaria de su no-dominio, de su necesaria imperfección”, y aun, la “consolidación en él voluntaria de su nesciencia”(…)” de su ignorancia siempre nueva…”(17).

Lo interesante es que esta es la estrategia apaciguadora que el hombre de la actualidad viene utilizando para establecer lazos de relaciones amorosas con las histéricas. De ese modo, intenta preservar el amor que de se nutriría de allí: – él se presenta como ya castrado, destituido de cualquier potencia fálica que recuerde alguna sombra de lo que las histéricas feministas definen como machismo. Cultivan así, la declinación de lo viril como modo de apelar al amor.

Ciertamente no es sin razón que podemos, no sólo leer, sino también asistir fenomenicamente en la contemporaneidad, a dos pesos distintos que mantiene una cierta estabilidad en la balanza de las relaciones amorosas: – De un lado tenemos la caída vertiginosa de la imago paterna, la caída de los significantes amos identificatorios, la declinación de lo viril, la inconsistencia del Otro como regulador de las leyes universales. Y, del otro lado de la balanza, el avance vertiginoso de la consolidación, potente y sólida, de la máscara de la femineidad contemporánea. Tenemos así esta nueva relación erótica que se mantiene en el centro de las grandes transformaciones de las costumbres de la contemporaneidad: – La Cabeza de Medusa con su hombre feminizado.

La paradoja del super yo

Destaco ahora un punto esencial relativo a la economía de goce del super yo en la histeria implicada en esta relación erótica contemporánea. La navaja afilada del sadismo feminista, que tiende a moverse como una guillotina giratoria de castración del “machismo”, no libró a las mujeres modernas del estatuto del super yo en la histeria, todo lo contrario, pues, efectivamente, la nueva máscara de la femineidad sólo se mantiene desde una íntima articulación al imperativo superyoico. La traducción más explícita de este imperativo superyoico, conforme la enunciación que emerge de la boca de las propias histéricas, es: “No se apasione!”, “sea libre, autónoma, independiente, realizada, linda, poderosa, etc…,pero no se apasione!”.

Tenemos así, la enunciación explícita que dice no al goce pulsional, que exige la renuncia de la satisfacción pulsional, para que la cara del Ideal de La Mujer superpotente pueda ser mantenido. Sin embargo, si las mujeres en la contemporaneidad precisan tanto de este imperativo “No se apasione”, para mantener su sueño de potencia, es exactamente porque este sueño está siempre presto a desmoronarse.

El problema es que el imperativo explícito “No se apasione” denuncia por sí mismo su vertiente silenciosa paradojal, para aquellos que mantiene sus oídos más atentos. Entonces, si las mujeres precisan tanto este impedimento es exactamente porque están siempre en vías de caer en las garras de la pasión. En un encuentro contingente, frente al objeto mirada-voz, en su dimensión más real, incrustada en el semblante del compañero, una histérica fácilmente podrá ser capturada en la invasión de una explosiva sensibilidad que se propaga por el cuerpo. El efecto de esta invasión de goce femenino será que, en ese momento, la mirada y la voz se instituyan como portavoces del sueño idílico de la pasión. Sueño presente en los devaneos secretos de una histérica cuando la emergencia de goce femenino hace imperar el impulso de entregarse a un hombre, de hacerse objeto causa de su deseo, de dejarse invadir por esa pura sensibilidad, allí donde impera una pura ausencia de sentido sobre el ser.

Sin embargo, frente a este encuentro con el objeto mirada-voz, indexado al semblante del compañero, la economía de goce del super yo podrá ser inmediatamente disparada, injertando en el goce femenino los efectos dañinos de la significación fálica. Frente a este encuentro con el objeto mirada-voz un imperativo silencioso podrá infiltrarse en el goce femenino y estremecer el ser de mujer – ser de mujer que se instituye en ese momento por la vía del objeto. Este imperativo silencioso, o tal vez subliminar, o mejor, latente, ya que puede ser enunciado según la lógica fálica, aunque de forma sigilosa, como quien cuenta un secreto, pude ser formulado así: “entréguese a este hombre sin medidas, sin pensar, déjese invadir por este impulso al extremo de sus exigencias, por más que esto le cueste la desgracia de su propia vida – se deje morir de pasión”.

Tenemos, así, las dos caras de la paradoja del super yo articuladas a la máscara de la femineidad contemporánea. El imperativo “No se enamore” que equivale a la presencia de su paradoja latente: “se enamore – muera de pasión”. El imperativo que dice no al goce pulsional mantiene oculta su cara verdadera, la verdad de la exigencia del super yo, exigencia de goce en su carácter más mortífero.

El engaño

Una proposición que pretende dar sustentación lógica a la propia paradoja del super yo emerge de la palabra de las histéricas. Se trata de la proposición histérica que anuncié en el inicio de esta conferencia. Esta proposición termina fijando la propia paradoja del super yo, en la medida en que pretende tener el valor de una verdad universal relativa a la devastación: “La pasión es una patología”.

Si creemos en este enunciado en el ejercicio de la clínica psicoanalítica, si damos crédito a la lengua autista de la neurosis histérica como portavoz de una verdad universal, estaremos, nada más y nada menos que fijando, avalando, fortaleciendo, cristalizando, la lógica infernal de la paradoja del super yo. Concordar con las histéricas, confirmando a través del acto analítico que la pasión es una patología, consiste en fortalecer el goce devastador, mortífero, que está fijado en la creencia en esta proposición. Consiste en hundir al psicoanálisis en el pozo mortífero del super yo, dejando que sea aspirado por el silencio de la pulsión de muerte. Por eso es importante, para que hagamos temblar la ventana de la realidad de nuestra época, que nosotros, psicoanalistas, podamos decir, en voz alta y con un buen tono:

La patología devastadora no es la pasión, es patología del super yo.

La pasión, por más que guarde en si la referencia conceptual de pathos, no debe ser confundida con la invasión mortífera del goce superyoico. En la pasión amorosa, la pulsión de muerte inyecta erotismo en la libido, produciendo un exceso de goce que hace arder el ser, que se instituye en ella por la vía del objeto. Mas, es importante considerar que, para Freud, una de las posibilidades fundamentales para domesticar la pulsión de muerte consiste en la fusión con la libido, dando como resultado el erotismo, es decir, cuando la pulsión de muerte pasa a ser empleada a favor de los fines de la pulsión de vida. En otras palabras, podemos considerar que en el exceso de goce de la pasión amorosa tenemos una prevalencia del goce que vivifica el cuerpo, diferente del goce exigido por el super yo que es esencialmente mortificante. Por lo tanto, el campo de la pasión extiende sus límites para el terreno del padecimiento, de la devastación, sólo cuando el imperativo superyoico se infiltra en el exceso de goce que vivifica el cuerpo, produciendo en él, sus estragos mortificantes.

Cuál es la salida para la sexualidad femenina?

He aquí la pregunta recurrente, desesperada e insistente, cuando este tema es propuesto de este modo. La respuesta más fácil es que la salida es singular, cada una tendrá que inventarla por sí misma. Es una respuesta que, aunque no sea incorrecta, no dice nada sobre esta cuestión en particular. Aún, si nos inclinamos en la dirección de un rigor epistémico en lo que dice respecto a la salida analítica para esta cuestión, eso no es suficiente. La pregunta planteada por Bernardino Horne en esta jornada (18) insiste con toda su pertinencia: – Cómo transformar el goce mortífero en goce vivificante?

Considero, por lo tanto, que nosotros, psicoanalistas, no debemos retroceder frente esta cuestión, retomada aquí, en esta conferencia, a propósito de la pasión en la histeria, pero que es una pregunta que remite a la operación de final de análisis en la histeria: – Cómo libertar la pasión del jugo mortífero del super yo?

Tomo como proposición de base una respuesta de Lacan, una respuesta lacónica, que leí una vez en sus escritos, o en un seminario, que busqué bastante antes de preparar esta conferencia, mas no conseguí localizar su referencia bibliográfica. Es una respuesta de Lacan para el impasse de la femineidad que nunca se me fue de la cabeza, y que sólo ahora me propongo fundamentarla. Lacan nos dice, en algún momento, que la salida para la femineidad sería: en lugar de preguntarse “qué es ser una mujer?”, el camino para la femineidad seria “ hacerse mujer”.

Hacerse mujer

Tenemos así, como fundamento básico una disyunción : preguntar qué es ser mujer // hacerse mujer. Disyunción que sustenta dos posiciones de goce radicalmente diferentes en relación a la femineidad. A partir de aquí, formulo, anticipadamente, mi respuesta : no hay otra vía para “hacerse mujer” que no sea a través de la pasión – a través del deseo de hacerse objeto causa del deseo masculino; deseo que sólo adviene, con toda su potencia cuando una mujer es tomada por la contingencia de la pasión. Aun, “hacerse mujer” tiene implicación directa en el consentimiento al impulso pulsional, en el consentimiento a los fines pasivos de la pulsión. Tal consentimiento sólo es posible en la medida en que los dos campos de la lógica de la sexuación estén bien delimitados en la subjetividad de un sujeto : el campo de la pregunta // el campo del hacerse.

En el campo de la pregunta, la femineidad recibirá la incidencia de una interpretación que viene de la lógica fálica. Tal interpretación resultará en un juicio  de valor sobre la posición de objeto causa del deseo masculino a la serie que sigue : castrada, pasiva, golpeada, degradada, excluida. Así, en el campo del Todo, la pretensión de responder a la pregunta ‘qué es ser mujer’ resultará en una respuesta que dit-femme, como nos dice Lacan en el seminario Aun (19), con el juego homofónico posibilitado por la lengua francesa, que significa al mismo tiempo : decir la mujer, decir de ella, pero bajo el precio de difamarla. Y éste es el efecto de la significación fálica, del campo del significante sobre la sexualidad femenina. Toda la cuestión es que esta interpretación, tan espinosa y dolorosa para las mujeres y sobre las mujeres, no sólo se mantiene en un estatuto de verdad por la pura y simple incidencia del significante. Es preciso considerar que la significación fálica, producida por el significante, sólo mantiene una fijación mortificante cuando está asentada sobre el lastre de una economía de goce. Propongo que este lastre mortificante corresponde a la economía de goce del super yo.

La clínica psicoanalítica es una clínica del super yo.

Propongo aquí que la clínica psicoanalítica, en cuanto clínica del goce, es una clínica del super yo. Es una clínica del goce mortificante, goce que el sujeto no consigue dejar de repetir compulsivamente, porque esta sujetado a una exigencia imperativa de goce, que no es otra que la exigencia de goce del super yo. Es una clínica que en la neurosis histérica tiene como punto de mira el quiebre de la economía de goce del super yo en la pasión amorosa.

Para eso, será preciso que una entrada en análisis, instituída como una anticipación de la salida, promueva una disyunción en la posición del sujeto frente al impulso superyoico. Será preciso que el acto analítico produzca un salto, donde el sujeto tome distancia de su posición de objeto sujetado al imperativo superyoico, y lo ubique en una posición de sujeto de deseo. Sólo a partir de esta primera operación de disyunción el sujeto podrá situarse frente al imperativo ‘goza’ formulando una pregunta acerca del goce masoquista que extrae como objeto sujetado a ese imperativo.

Esta sería la condición primera para que, en un fin de análisis, la extracción de la economía de goce del super yo franquee las condiciones efectivas para hacer prevalecer en el campo de la pasión, una posición de deseo, ya no más la fuerza compulsiva de un imperativo devastador, sino un deseo de hacerse objeto causa del deseo masculino. Sólo así, el juego erótico de los semblantes masculino y femenino podrá salir de la tragedia para la comedia divertida de hacer de cuentas que hay relación sexual.

Notas:

(1) Este trabajo es una trascripción de conferencias realizadas en Goiânia-Goiás, y en Recife – Pernambuco, en la V Jornada anual “La violencia del superyo”, de la Delegación Pernambuco de la Escuela Brasilera de Psicoanálisis.

(2) Lacan,J.,(1998) Función y campo de la palabra y del lenguaje en el psicoanálisis. Escritos, p (322).Río de Janeiro: Zahar

(3) Lacan, J., Op. cit

(4) Miller, J.-A. (1998) O osso de uma análise, (p.131) Salvador; Agente

(5) Miller, J.-A. Op. cit (130-131)

(6) Freud, S., (1974) O mal-estar na civilização,(1929). Obras completas p.(124). Rio de Janeiro: Imago.

(7) Lacan,J., (1975). O Seminário,Livro 20, “Mais Ainda”. Rio de Janeiro; Zahar.

(8) Lacan, J., ”Ideas directivas para un congreso sobre la sexualidad femenina” pág.712. Escritos 2. Editorial Siglo veintiuno

(9) Lacan, J., “La significación del falo” pág.674. Escritos II. Ed. Siglo veintiuno.

(10) Lacan, J., (2003) Lituraterra, Outros escritos. Rio de Janeiro: Zahar.

(11) Freud, S., A cabeça da Medusa, (1922), Op.cit.

(12) Miller, J.-A., “El Otro que no existe y sus comités de ética”. Pág.99 a 124.

Editorial Paidós 2005

(13)Lacan,J., Ideas directivas para un congreso sobre la sexualidad femenina”, Op.cit.

(14) Miller,J.-A., Op.cit.

(15) Freud,S. El Malestar en la Civilización. Op. Cit.

(16) Lacan,J.,Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano.(p804) Op.cit.

(17) Lacan, J., Op.cit. (p804)

(18) V Jornada anual, “La violencia del super yo”, de la Delegación Pernambuco de la EBP.

(19) Lacan,L.,El seminario, Libro 20, “Aun”,Op.cit.

Lêda Guimarães – Miembro de la Escuela Brasilera de Psicoanálisis y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis.

Traducción autorizada por el autor. 23-08-2005

Traducción : Silvina Rojas

Artículo publicado en la revista Conceptual-Estudios de psicoanálisis- Nº6, La Plata, 2005

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