Partamos de éste enunciado de Jacques Lacan, en principio paradójico como él mismo lo señala: el sujeto sobre el que opera el psicoanálisis no es otro que el sujeto de la ciencia (1). El texto “La science et la vérité” fue publicado en Cahiers pour l’analyse, en enero de 1966. Del enunciado en cuestión, lo menos que puede decirse es que es paradójico, ya que en principio, tanto el psicoanálisis como la ciencia, si en algo se diferencian al punto de parecer completamente opuestos, es respecto al estatuto acordado al sujeto. ¿No es Lacan quién afirma que la ciencia es una ideología de la forclusión del sujeto? ¿Como entender entonces la sentencia según la cual el sujeto del psicoanálisis y el sujeto de la ciencia son lo mismo? Es en L’oeuvre Claire que Jean-Claude Milner declina la fórmula de Lacan. Según Milner, la fórmula citada, supone tres afirmaciones: 1) que el psicoanálisis opera sobre un sujeto (y no, por ejemplo, sobre un yo); 2) que hay un sujeto de la ciencia; 3) que estos dos sujetos son un solo sujeto. Está claro que, como lo indica Lacan, la denominación de “sujeto” se distingue “de toda forma de individualidad empírica”(2).
La idea de “sujeto de la ciencia” no es en sí misma “lacaniana”(3). Incluso si él nunca habló de “sujeto”, esta noción se la debemos a Koyré. Koyré estipula que la ciencia moderna comienza con Galileo y que produce un “corte” (esta palabra no se encuentra necesariamente en su obra), un cambio radical en todos los saberes. Es así que el corte galileano tendría consecuencias sobre diferentes discursos, y afectaría todas las disciplinas: la economía material (hipótesis de Althusser), las letras (Barthes), la filosofía política (Leo Strauss, Carl Schmitt), las imágenes (Panofsky), la filosofía especulativa (Heidegger)(4). He aquí una lista de autores del corte. Cada uno de ellos elabora un saber en torno al corte que emana de un cierto cambio producido entre la episteme y la ciencia moderna.
II
En su comentario sobre el Ménon de Platón, Lacan también sigue a Koyré en el punto siguiente: aunque el esclavo sea capaz de reminiscencia, es evidente que él comienza por equivocarse(5). Frente al “oscuro problema matemático” presentado por Sócrates(6), el esclavo comienza respondiéndole con un error: error en el que incurriría todo el mundo capaz de sentido común, es decir todo el mundo. El sentido común se deja guiar por la percepción sensible, por las apariencias (ta doxouta), la aesthesis (aisqhseis), y hay que entender que Platón supone que este sentido común es lo mejor repartido en el mundo, la mayoría (oi polloi) piensa así, aunque también la tradición, los poetas, los sofistas, los retóricos, los oradores, pero quizá podríamos agregar también a los políticos y los historiadores (de la Grecia clásica, se sobreentiende).
Dicho de otra manera: todos aquellos que no hablan la lengua filosófica. Como todos sabemos, Platón exige una distinción capital: la percepción de los sentidos no es la inteligencia (dianoia). El filósofo apunta a esta última. El Ménon es, sin ninguna duda, el diálogo más conocido y más comentado de Platón. Es aquí y en La República que Platón distingue la episteme de la doxa (dwxa). La episteme representa el saber ya constituido y formalizado, la ciencia, aunque vale la pena aclarar que la episteme también incluye cualquier “métier” simple y rudimentario para el cual poseemos un saber. Mientras que la doxa representa el saber de la masa, vale decir de cualquier ignorante. Sócrates insiste en el Ménon sobre la famosa distinción entre la realidad de una cosa y su cualidad (o poion, Ménon, 71b). Y es aquí que Ménon formula una paradoja que Sócrates toma muy en serio: ¿cómo se puede buscar algo sobre lo que no se tiene la menor idea de lo que es (Ménon, 80 d-e)? Sócrates toma en serio esta pregunta y la teoría de la reminiscencia es una respuesta a esta objeción de Ménon. No se puede buscar saber ni lo que se conoce (ya que sería absolutamente estéril) ni lo que no se conoce, ya que si lo encontráramos nunca podríamos saber que era eso lo que buscábamos. Veremos en qué este razonamiento no es apropiado para dar cuenta de la experiencia analítica. Pero como Ménon se interesa en particular en la virtud (arétè), el diálogo en cuestión promueve un tipo particular de doxa que, a diferencia de la doxa de la mayoría, no es engañosa, no se deja guiar por los sentidos ni las apariencias. Esta doxa se llama ortodoxa (orth-dwxa) que puede ser traducida por “opinión verdadera” u “opinión recta”. La orth-dwxa vehicula un saber, pero no se trata de un saber elaborado, como es el caso de la episteme, es decir que es un saber que no necesita dar explicaciones. Aquellos que poseen una orth-dwxa, los gobernantes por ejemplo, pueden actuar sin dar explicaciones sobre la legitimidad de sus actos. Mismo si, como lo explica uno de los mayores traductores y comentadores de Platón, Luc Brisson, “no es fácil determinar con precisión lo que Platón entendía por ortodoxa”(7), contentémonos con proponer que esta ortodoxa está en el origen de toda episteme al mismo tiempo que se diferencia radicalmente de ella. Y es aquí que el comentario de Lacan nos parece decisivo: lo que ocurre en un análisis es del orden de la ortodoxa(8).
III
Llegando a este punto de nuestro análisis, nos disponemos a revelar al público el sentido estricto de la ecuación de Lacan, el sujeto sobre el que opera el psicoanálisis es el sujeto de la ciencia. En principio, la ecuación de Lacan debe más a Max Weber que a Descartes, incluso si el primero no podría haber pensado el problema sin el segundo. En 1919, es decir un año antes de su muerte, Weber pronuncia una conferencia en la universidad, conferencia que nos parece fundamental en nuestra investigación (9). “Wissenschaft als Beruf” cuya traducción sería “la ciencia como vocación”, estipula que lo que caracteriza al científico es una cierta idea de progreso. Tomemos las precauciones necesarias para no entender demasiado rápido la palabra “progreso”. Por ejemplo, una obra de arte, dice Weber, nunca envejecerá. Al contrario, ella ganara un cierto valor con el tiempo. En cambio en el dominio científico, todos sabemos que una “obra” envejecerá necesariamente al cabo de diez o veinte años. Ya que “¿cuál es el destino de todo trabajo científico, se pregunta Weber y agrega lo siguiente (lo cual no puede más que interpelarnos) como de otra manera todos los elementos de la civilización que obedecen a la misma ley?”(10).
Lo que es sorprendente es que Weber, pensador del corte, supone que este último afecta no solo la ciencia sino también otros “elementos” que “obedecen a la misma ley”. Aquí Weber seguiría Koyré avant la lettre. No solo la ciencia sino otros modos de “funcionar” que pueden asimilarse a ella. Respuesta: toda obra científica está destinada a ser superada y a envejecer. Más aún: ni bien la “obra” está establecida, ni bien el resultado de un trabajo se hace público, ya no pertenece más al campo de la ciencia, de la ciencia en tanto “plus de saber”(11). El “plus de saber”, en cierto modo, es antinómico del saber establecido por la ciencia, del saber ya almacenado y procesado. Como la orth-dwxa, está al origen, pero al mismo tiempo escapa a la episteme. Este “progreso” de la ciencia se perpetúa “al infinito”(12). Si existe un “sujeto” de la ciencia, este no puede ser otro que el mecanismo, e incluso el circuito, del “plus de saber” que hace que todo saber sea insuficiente y que, a partir del momento en que “sabe”, ya no forma parte del saber buscado.
No necesitamos una gran imaginación ni memoria para recordar en este mismo instante en que leemos estas líneas el comentario lacaniano del “cogito” cartesiano, de su carácter “discontinuo, puntual y evanescente” que pone de manifiesto al mismo tiempo que diferencia el “inconsciente freudiano” y aquel propuesto por Lacan en el seminario de Les Quatre concepts (dicho de otra manera: Lacan aísla los rasgos esenciales que ya Gueroult había atribuido al “cogito” cartesiano en, digamos, las primeras cincuenta páginas de su conocido libro sobre Descartes(13)). Pero volvamos a Weber: precisemos que no se trata aquí del “señor científico” que se vuelve sujeto: el “sujeto” de la ciencia es el dispositivo descrito supra. Es el circuito creado por la Ciencia moderna, la Wissenschaft, donde el científico es propulsado por una insuficiencia de saber que constituye sin duda el “empuje” necesario que podemos llamar con Milner el “plus de saber”, plus de saber que, ni bien “sabe”, es excluido del circuito. Ni bien agrega aunque más no sea una palabra, una fórmula, un signo, ya que es eso lo que exige la ciencia moderna, deja de funcionar como “plus-de-saber”, deja de ser automáticamente el soporte esencial de la ciencia galileana, de la Wissenschaft. Se ve claramente en qué el inconsciente funciona de la misma manera en su exigencia de “aportar algo nuevo”, aportar un “plus” que ni bien es obtenido se desvanece, pero también se ve en qué este circuito se distingue de la reminiscencia platónica: la exigencia de un “plus” de saber nada tiene que ver con el recuerdo de algo vivido (así, el concepto de “memoria” debería ser investigado), en la medida en que lo “nuevo” supone una ética mínima donde la condición es que algo de lo producido no sea solo repetición (también la noción de repetición debería ser reelaborada, tal como fue hecho por Lacan).
Juan Pablo Lucchelli: Miembro de la New Lacanien School y de la Escuela de la Orientación Lacaniana.
E-mail: lucchelli@hotmail.com
Notas1- Lacan, J. , Ecrits, Seuil, Paris, p. 858.2- Ecrits, op. cit., p. 875.3- Milner, J.-C., L’œuvre claire, Seuil, Paris, 1994, p. 34.4-L’œuvre claire, op. cit. , p. 82.5- Koyré, A., Introduction à la lectura de Platon, Gallimard, Paris, 1991.6- Según la opinión del indispensable Brague, Rémi, Le Restant, supplément au Ménon de Platon, Vrin, Paris, 1978.7- Brisson, Luc, Vocabulaire Platon, Ellipses, Paris, 2007, p. 51.8- Lacan, J. Le séminaire II, Le moi dans la théorie de Freud et dans la technique de la psychanalyse, Seuil, Paris, 1978, p. 30.9- Debo este esclarecimiento à Jean-Claude Milner (comunicación personal). 10- Weber, Le savant et le politique, 10/18, Paris, 2002, p. 87 (el subrayado es nuestro).11- Milner, J.-C., Le juif de savoir, Paris, Grasset, 2007.12- Weber, op. cit., p. 88 (término, como ya se sabe, muy koyreano).13- Guerolut, M., Descartes selon l’ordre des raisons, Paris, Aubier, 1968 (basta con leerlo para verificarlo).
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