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PRAGMA – INSTITUTO DE INVESTIGACIÓN Y ENSEÑANZA EN PSICOANÁLISIS

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“Dopo il genere”[1] …

“Dopo il genere” indica la obertura de un tiempo que se vislumbra como lo actual en la experiencia contemporánea de la sexualidad, que a vuelta del boomerang que fragilizó las ficciones ordenadoras de la distribución sexual, nos muestra el rostro caleidoscópico de una promovida diversidad en materia de sexos. En una época designada como victoriana, Sigmund Freud inventó una vía que tomaba en su experiencia el malestar de la época por boca de ciertas mujeres dispuestas a decir sobre el arreglo siempre fracasado entre sexual e ideal. Nosotros, ya no victorianos, aunque igualmente empujados a hablar de sexo, discurrimos sobre la reasignación del sexo quirúrgica y/o jurídica, sobre el reconocimiento de las identidades de género o las variantes transgenero. El uso de un neutro que rechaza cualquier determinismo que venga del lenguaje nos empuja a eliminar toda marca de género en la lengua, un resabio hetero-normado. “Dopo il genere” la atmósfera de la época y su creciente relativismo nos quiere diversos, nómades, múltiples, queers…no se trata ahora del arreglo fracasado entre sexual e ideal sino de un ideal sexual.

La vía freudiana que inaugura la presencia del discurso analítico, lejos del abrigo de las tradiciones se mantendrá abierta si se sostiene en una posición doble, señalada recientemente por Eric Laurent [2], en la que: no solo constata la fragilidad de las ficciones con las que se arma la época sino que además se plantea la posibilidad de situar lo que en esa fragilización podría consonar con él.  

I.

Il genere, emerge como resultado de algunas intervenciones que retroactivamente se han vuelto claves, piedras lanzadas contra la imaginada quietud de un estanque cuya transparencia no es más que el desconocimiento de la vía abierta por Freud. En 1955 un eminente endocrinólogo neozelandés, John Money decide trasplantar el término gender desde la ciencia del lenguaje a la ciencia de lo sexual para producir con este transplante un nuevo uso, si bien ya tenía una historia en el mundo anglosajón. [3] El término gender ahora asociado a la teoría del rol crecida en el suelo de la sociología funcionalista norteamérica, consigue atraer la atención sobre el papel que juega la interacción social como un elemento clave en la adquisición de una identidad sexual sea masculina o femenina, con el consecuente conductismo social al que tal consideración se presta.Este nuevo uso científico del término aparecía como el suplemento preciso al término sexo [4], así lo declara el propio Money en la introducción a la edición española de su Desarrollo de la sexualidad humana, un remedo capaz de sortear un obstáculo que comienza siendo terminológico, por caso: cómo llamar a un niño, cuyo pene se presenta disminuido ya sea por una causa accidental o por alguna malformación congénita, que se muestra sin embargo en todo evidentemente masculino, fuera de su particularidad genital. En el colmo del malentendido suscitado por el error común [5]. Tras Money en 1968 Robert Stoller un destacado psicoanalista norteamericano, haciéndose eco de aquellos estudios, será quién definitivamente establece la división de la identidad sexual en sexo y género, división que afectará a la consideración de la sexualidad de allí en más. Esta vez, haciendo lugar al forzamiento que el transexual hace del discurso sexual, por caso: “soy una mujer en el cuerpo de un hombre”. Es en el intento de salvar la contradicción que introduce el enunciado, que Stoller plantea la división y así logra dar un lugar presumible en el reparto de la sexualidad, a lo que viene de la biología y o lo que viene de lo social. El binario quedaría instalado.

Mientras tanto por esos años Lacan en su Seminario, cortocircuitando ese binario y las categorías a las que responde, construía la sexuación como un proceso en el que una “decisión inconciente”, que es inscripción en la función fálica, consigue enlazar lo pulsional y el lenguaje. Claro está que ni lo pulsional se corresponde con la biología ni el campo del lenguaje se recubre con la mera influencia social cuando se lo considera en su faz de causar el goce para cada uno. “La identificación sexual no consiste en creerse hombre o mujer” podía afirmar Lacan en 1974, despejando cualquier aporía que se pudiera suscitar entre los predicados del yo y una supuesta evidencia anatómica que no es tal, sino a vuelta de la dependencia del lenguaje con la que se la mira. En todo caso, la sexuación propuesta por Lacan se separa tanto del expediente anatómico: sexo y sexuación no se corresponden, tanto como de la teoría del género: sexuación y género no se recubren. Los ejemplos opacan el binario mentado por su presencia en el Seminario: la identificación viril en una anatomía de mujer cuya posición sexuada deberá ser esclarecida, la escritura mística testimonio paradigmático del goce femenino en una anatomía de hombre, tal el caso de San Juan de la Cruz.    

Sin género de duda la distancia zanjada entre estas posiciones: una que se ordena a partir del binario sexo/género, otra que interroga la vía freudiana retomada por Lacan, se mantendría. El alcance de la noción de género, elevada al estatuto de una categoría útil mostraría su fertilidad a la hora de explicar “los modos posibles de atribución a los individuos de propiedades y funciones imaginariamente dependientes de su sexo” [6]. La gender theory permaneció en el terreno de una lógica de atribución con la que develaba la existencia de unos predicados presentes en la cultura, que funcionaban como atributos para cada sexo, lo que la hizo confinar en la búsqueda de supuesta esencia. Al mismo tiempo, por este sesgo comenzara a mostrar lo que la misma noción no consigue apresar: por un lado la existencia de sujetos que no se avienen a la atribución asignada y por otro la dimensión de lo pulsional, la satisfacción que se excluye del atributo. Si el sujeto se presenta en el origen como un polo de atributos por venir – afirmaba Lacan en 1958 [7] – y son significantes ligados a un discurso los que le caerán encima por así decir, se tratara de cernir en cada caso aquello que la identificación no satisface y que se expresa como “malestar de género” [8], puesto en pie de igualdad con el malestar en la cultura freudiano.

Tras una década de marcada vigencia, la noción de género sería objeto de una crítica sistemática tanto por su inadecuación teórica como por su naturaleza políticamente imprecisa [9], produciendo a ojos vista de Rossi Braidotti un reordenamiento interno de las posturas teóricas del feminismo que se sostenía hasta ese momento en la disputa entre género y diferencia, dos versiones antinómicas aunque conducentes a un cierto esencialismo, la primera en el sostenimiento de una posición desexualizada ideal por fuera del dispositivo del género, la segunda en la idealización de un polo femenino que aspira a hacer existir la diferencia.

De allí en más durante los años 90, la discusión circuló sobre las ruinas de la noción de género, creando las condiciones de la llamada fase de posgenero en el feminismo. En esta línea avanzará Judith Butler en su libro El género en disputa – una de las contribuciones más influyentes en este debate –, con el fin de poner al descubierto lo que la operación del género encubre produciendo al mismo tiempo una exclusión. La distinción sexo/género descansa para Butler en una relación mimética, la discontinuidad establecida entre cuerpo sexuado y género culturalmente construido, permite otorgar al primero un carácter natural y una condición de inmodificable al segundo. Atacar el binario despegando el sexo del género tiene el propósito de mostrar el carácter de artificio vago de este último, indicando a la performance como lo propio del género. El travestimo se convertirá en este sentido en un paradigma porque permite poner la cuestión en el terreno de una abertura paródica, afín con la replica antinaturalista que la autora quiere sostener. La duplicidad sexo/género en su versión tradicional no hace más que reproducir las condiciones de una hetero-normatividad; para Butler la teoría de los géneros se vuelve en todo subsidiaria de la norma heterocentrada, y bastaría con poner la lupa sobre una serie de prácticas sexuales calificadas como no-normativas para que se produzca un efecto horadante capaz de revelar como una suerte de catalizador interrogantes más fundamentales, que la gender theory saturaba con atributos, ¿qué es ser un hombre?, ¿qué es ser una mujer?.

Ahora bien que el sexo como diferencia sexual, ciertamente no sea ni natural, ni anatómico, ni cromosómico, ni hormonal [10] Las preguntas de Butler, que son también preguntas que el psicoanálisis articula sin partir del establecimiento de una norma – algo evidente después del freudiano Tres ensayos sobre teoría sexual -, no hacen que concluya en consonancia con el psicoanálisis, un blanco electivo de sus críticas, antes bien su conclusión deriva sin solución de continuidad en la eliminación de la diferencia sexual, saldo cínico de las ruinas de la categoría de género que contribuye a la generación del contexto queer.   – como bien señala Judith Butler en consonancia con el psicoanálisis – no lo hace tampoco solo una construcción social, aunque tenga su historia hecha de identificaciones [11], la sexuación es un resultado que desmiente tanto cualquier presupuesto ontológico de base, como su reducción a una mera ficción paródica.

II.

Dopo il genere… lo que se abrió en el corazón del saber sobre la sexualidad con la caía de la categoría de género, como bien señala Fabrizia Di Stefano [12] quién fuera la ocasión del título con el que se abre este recorrido, nos hace entrar en una suerte de tierra de nadie donde solo crece la soledad subjetiva. Después del género, sostiene la autora italiana, se despliega un campo nuevo de la subjetividad que entroniza la aporía de una singularidad des-identificada – tal el vaciamiento de los atributos de género -, presumiblemente autogenerada – marcada por un voluntarismo ingenuo -, que quiere ser nombrada con el término queer. Este término que toma una valencia política busca articular la creciente paradoja de la comunidad de aquellos que no tienen comunidad al nivel de lo sexualmente reconocido, paradoja que se extiende minando la duplicidad sexuada y secretando la figura de un eros descripto como inexorablemente nómade, rizomático, para el que no obstante se multiplican los nombres, pues hay que advertir que no falta aquí el afán del catálogo.

La torsión operada por la queer theory, acentúa Di Stefano, busca desarticular la extensividad entre las dos comunidades de género y el dato biológica inicial – las anatomías – lo que significa en efecto un cuestionamiento de cualquier paradigma naturalista. Allí donde la gender theory presuponía la posibilidad de la construcción plural y o divergente de la atribución originaria del sexo, en una redistribución de los papeles sexuales por fuera de lo que Lacan llama la sexuación [13], una posibilidad que pronto mostró sus limite debido a que se sostenía en la facticidad del sexo o bien en la comedia de errores montada sobre ella. La queer theory se pretende radicalmente otra porque redefine la cuestión, antes bien como mezcolanza y o alteración de las grandes narraciones sexuadas, fuera de la dimensión de los atributos y sus polémicas esenciales.

En virtud de cierta operación político-epistémica propia de los movimientos pos-identitarios a los que la queer theory pertenece, pudieron ser planteadas algunas intersecciones con el discurso analítico, sobre todo cuando se subraya la impugnación de la noción de identidad como categoría fija, coherente y/o natural, cuyo efecto consecuente de reducción de las marcas identificatorias que constituyen una identidad sexual es el correlato necesario de que ésta sea concebida como puro semblante. Si bien es cierto, como piensa Di Stefano, que el psicoanálisis y su arco de interrogación son un pasaje ineliminable de la interrogación queer, conviene detenerse en un punto esencial que problematiza o incluso que podría objetar tal intersección, que Di Stefano designa como el impasse queer.

La diagonal queer traza un terreno por fuera de la spaltung freudiana, haciendo una nueva apuesta, la de un sujeto que se quiere completo, definido y habilitado a la performance sexual. Es la aporía irresoluble que sostiene la posibilidad de una identidad real des-identificada plausible de ser manipulada a voluntad en el ejercicio del poder de nombrarse y de determinar las condiciones de uso de ese nombre. Este pre-supuesto de una singularidad des-identificada que se aísla como resultado de la operación de-constructiva, deja sin embargo un resto intocadogenialmente destacado por la autora, el impasse surge de la elisión de aquello que en el sujeto es un “núcleo duro” de la identidad y que aparece como un escollo alojado en la dimensión del equivoco inconciente. La configuración compleja de identificaciones parciales que dibujan lo que aparece como una identidad sexual coagulada y que algunos podrían llamar género, se sostiene en el inconsciente como modalidad de goce no de-construible. Esta última difícilmente modificable por el repertorio de estrategias políticas que se dan así mismas las multitudes queer: ni las afirmaciones puramente teóricas, ni las practicas ortopédicas inspiradas en las llamadas prácticas contra-sexuales, que procuran obtener la deconstrucción de los roles asignados socialmente a los sexos, la alcanzan porque se mantienen en el plano conductual.  

La afirmación de un eros que se obtiene de la abolición de todo determinismo que comprometa lo sexual no se entera de lo irrenunciable que suele tomar la forma del objeto del amor, de lo indeleble de algunos puestos libidinales o de las exquisitamente diseñas condiciones impuestas al deseo. Si el inconciente es queer, pues no sabe de la diferencia sexual, algo que Freud señala desde el comienzo,la queer theory nada quiere saber del inconsciente. La anulación de la dimensión inconciente muestra una proximidad no deseada con el discurso capitalista en la sutura de cualquier vacío, como lo indica F. Di Stefano, con el imaginario tecnológico o con las vías abiertas por la ciencia, en un empuje a vivirse como una especie de máquina librada de los efectos del semblante – cyborg – o al contrario empeñarse en su manipulación paródica.    

Así el espacio de intersección que identifica una vía común entre la teoría queer y el psicoanálisis en la reducción progresiva de identificaciones con las que se viste el sujeto, encuentra en vistas de esta elisión, puntos de llegada diversos. La ascesis analítica difiere del desmontaje queer en un sentido precisolo que se obtiene como resultado de un psicoanálisis, aísla un elemento irreductible a lo simbólico, un nombre – marca a-semántica – que ya no funcionará como índice del yo sino que deja al desnudo lo que resta de él. El uso pragmático del mentado escollo permite la identificación de un modo de goce que no se confunde con la identificación a un modo de gozar [14]. Una identificación liza y llana con el modo de gozar entendido como práctica – performance – sexual es lo que se expresa hoy en estas sendas neo-identidades, cuyo resultado ubica a lo queer y su invención como un síntoma de la contemporaneidad. La torsión planteada por el queer inicialmente antiesencialista deriva en la promoción de la minimización cada vez mayor de pequeños segmentos – micro-comunidades de goce – de cuyo efecto rebote neo-esencialista paradójicamente ya están advertidos algunos de sus teóricos, tal el caso de Fabrizia Di Stefano.

Enrique Acuña [15] hacia notar el efecto del relativismo cultural con su rostro de construccionismo social desde el que se impugna el presunto resabio esencialista del psicoanálisis. Su acción pone en marcha el fenómeno de “hibridación del género”, borradura gradual de la diferencia sexual celebrada por el contexto queer que hace de las retóricas del género [16] tecnología. La identidad presentada en su faz calidoscópica de multiplicidad identitaria, encaja bien con el mercado de los nombres ofertados para los “miles de sexitos” [17] que se abren paso entre lo que queda de la tradición y las invenciones de la ciencia.

El psicoanálisis sigue recogiendo en su experiencia los restos de las identidades quebradas, cuando los nombres propuestos por lo social de este relativismo, deja ver que no hay una descripción exhaustiva del goce. Como la teoría queer, también señala el carácter múltiple de la identificación y su movilidad, sin embargo no identifica a los sujetos con sus prácticas sexuales ni sostiene el fantasma de una sexualidad ideal liberada del determinismo del semblante, le sale al paso al impasse queer revelando lo que la identificación tiene de imposible.       

Abril 2011

Notas


[1] Fabrizia Di Stefano. Il Corpo senza qualità. Arcipelago queer. “Dopo il genere”.. Cronopio (2010).

[2] Eric Laurent “El orden simbólico en el siglo XXI. Consecuencias para la cura”.

[3] Liana Borgui. “Postgender”. 2000, versión electrónica.

[4] John MoneyDesarrollo de la sexualidad humana. Ediciones Morata (1982).

[5] Jacques LacanSeminario 19…Ou pire. Clase del 8 de diciembre de 1971. Lacan llama “error común” al error que hace comunidad, fuente del discurso sexual que pasa la diferencia sexual a lo real por intermedio del ógano y con ello consigue hacer consistir la naturaleza.

[6] Femenías, Gianella, Santa Cruz y otras. Mujeres y Filosofía. Teoría filosófica de género. “Aportes para una crítica de la teoría del género. Centro editor de America Latina (1994).

[7] Jacques Lacan Escritos 2. “Observaciones sobre el informe de Daniel Lagache …”. Siglo XXI Editores. 1987.

[8] Femenías, Gianella, Santa Cruz y otrasMujeres y Filosofía. Teoría filosófica de género. “Para comprender el género: Precisiones epistemológicas”. Centro Editor de America Latina (1994).

[9] Rosi BraidottiFeminismo, diferencia sexual y subjetividad nómade. “Género y posgénero: ¿el futuro de una ilusión?”. Editorial Gedisa. (2004).

[10] Judith ButlerEl género en disputa. “Sujetos de sexo / género/ deseo”. Editorial Paidós. (2001).

[11] Graciela Musachi. “GLTTBI”. En Patologías de la identificación en los lazos familiares y sociales. XV Jornadas Anuales de la Escuela de Orientación Lacaniana. EOL. Grama. (2007).

[12] Fabrizia Di Stefano Il Corpo senza qualità. Arcipelago queer. “Dopo il genere”.. Cronopio (2010).

[13] Eric Laurent en El Otro que no existe y sus comités de ética. Paidós (2005)

[14] Eric Laurent “El orden simbólico en el siglo XXI. Consecuencias para la cura”.

[15] Enrique Acuña. Resonancia y silencio. Psicoanálisis y otras poéticas. “Semblanzas reales. De los meteoros a Internet” EDULP. La Plata. 2009

[16] Beatriz Preciado. “Retóricas de Género. Políticas de identidad, performance, performatividad y prótesis”. (Versión electrónica).

[17]La expresión es retomada de un artículo de Graciela Musachi quién parafrasea a Elizabeth Grosz. Ver: “Virgen-lobo-moth”.Primera noche preparatoria. Tercer Encuentro Americano del Campo Freudiano 2007. (Versión electrónica).

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