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PRAGMA – INSTITUTO DE INVESTIGACIÓN Y ENSEÑANZA EN PSICOANÁLISIS

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Lo que el diablo enseña

Aún lo mejor que logres saber,

A los chiquillos no se lo puedes decir.

Mefistófeles a Fausto

 (Goethe citado por Freud).

¿Hay una enseñanza del psicoanálisis en un Instituto adecuado a ese saber que actúa más allá de la información?

En la formación analítica no hay una linealidad entre el maestro y el alumno, entre el precursor y el sucesor, como en la clásica transmisión del saber basada en el dominio de uno sobre otro. Se trata mejor de hacer surgir la chispa del infierno de cada uno en su sintoma a costas de ignorar la información del yo. Al romper esa linealidad, a partir de una invención de algo que no está de antemano, Lacan crea las condiciones para encontrar al menos un nombre que diga bien sobre un analista… Aprender del nombre del goce.

Manera de decir sobre lo que no tiene definición, un analista es un OVNI; un objeto volador no identificado, sin identidad previa a lo que él sabe de la experiencia analítica. Esto obliga a un triple salto –clínico, epistémico, político- frente al auge de las profesiones de título habilitante, porque el gusto por el inconsciente apela mas una educación (imposible) del goce (1). 

De ese modo, la demanda de formación puesta en el pedido de “quiero ser analista” puede ser una simple petición de principios de antemano que otorgue atributos al predicado del ser analista como una exigencia y servidumbre del yo.

Como se titula este Coloquio hay algo que no se enseña pero se puede saber en una experiencia analítica. Ya conocemos el triangulo freudiano de la formación analítica: análisis, control, enseñanzas. Esta pirámide obsesionante de los análisis didácticos en el programa de la I.P.A. se desarma con la puesta en cuestión de Lacan: No hay formación analítica, solo hay formaciones del inconsciente.

Contingencia: hay formación del inconsciente como el síntoma “quiero ser analista”, locura ontológica que causa una demanda que si atraviesa sus ideales podría inventar un “deseo inédito” –el del analista- que permite operar con el lenguaje a partir de saber vivir con el sínthoma.

El libro de Jacques Ranciere “El maestro ignorante” (2) se detiene en estas paradojas: como enseñar lo que no se enseña. Plantea que la posibilidad de que haya esta transmisión del saber, es anular esta jerarquía maestro-alumno y poner en juego una cierta simetría entre maestro y alumno. Pero esta simetría no es democracia, sino que permite la confianza de otorgar al creido menor su saber. A la manera del imperativo Sapere aude! atrevete a saber, voz kantiana contra la minoridad de los “niños inocentes” que ignoran su implicación en las acciones cotidianas. Ranciere la llama “posición del maestro emancipador” que libera, no al esclavo del amo, sino que extrae un saber al alumno. De modo que habría que estudiar con Lacan los principios de autoridad que se produce solo en determinado “ámbito” según Bochensky. 

Por ejemplo un analista solo se autoriza a si mismo pero con otros en el ámbito de una Escuela y extrae esa autoridad del buen juego de la ficción según entiende el utilitarismo de Bentham. El uso en del saber en el mercado implica estudiar el problema de la “habilitación” de las profesiones y la información de las maestrías, las currículas universitarias donde los alumnos son unidades de información masivas y evaluadas desde lo Universal antes que experiencias que saben algo particular.

Lacan creyó en el dispositivo de su Escuela, aunque con razones para poder fracasar. Un modo de organización que no garantiza el predicado de qué es un analista en el procedimiento que el mismo crea como “pase”. Este atributo analista es contingente a nombrarse según el ámbito –la parroquia de una comunidad que según cada época permita pasar el buen joke, witz, la agudeza de cada uno como salida de un análisis.

El fracaso de esa salida, paradoja segunda, puede ser la única garantía de que ahí puedo estar el fecundo núcleo de lo que no se enseña. En Argentina, la Escuela de Masotta navegó entre el poder político y el refugio en las profesiones, revisar los detalles de esa historia podría ser aprendizaje del fracaso si se toma en serio que el ámbito en que se autoriza determine las condiciones para nombrar un analista.

Esta falta de garantía, el A tachado del grafo, implica que el ámbito no tiene todos los nombres para decir que es una analista. No hay garantías para decir que hay un analista, pero sin embargo los hay, en acto: psicoanálisis sigue existiendo como una peste ¿sobrevivirá?

El fracaso del modo de organización y la falla del A tachado es positiva: el deseo del analista se articula a esa falla en las condiciones institucionales. No hay formación del analista, hay formaciones del inconsciente, hay un goce del síntoma que   provoca la demanda de formación. La demanda “Quiero ser analista”, puede ser interesante, porque alguien puede terminar diciendo: ahora no quiero! (lo que el sujeto esperaba)

Ahora se trataría de armar el diseño articulado de Enseñanza e investigación, a partir de la experiencia no personal, porque no es secreto, sino como saber de un sujeto divido en relación al Otro barrado. En el época que todo el mundo delira –es decir que sueña- pero tambien en la época de los “ahogados en la información”, se enseña –en la Universidad en los hospitales, en los pasillos…- como analizante en posición histérica, es decir el agente esta como $ y no el saber del discurso universitario (S2) o el objeto del discurso analítico (a).

Esto requiere un programa con cierto método para salir de los extravíos de la práctica clínica, dándole un saber responder a la ignorancia del asno que no sabe que porta un sagrado objeto sobre su lomo. 

“¿Cómo hacer para enseñar lo que no se enseña?” (3)

Se puede saber lo que no se enseña. De modo que hay una enseñanza que no es mística, sino que es una pulsión de saber en búsqueda del objeto perdido propio de la práctica, que obliga a organizarse en un grupo sensible a ese modo de decir, que supone un estilo y nombres propios.

Quiere decir que uno podía transmitir el acto re-escribiendo –del diván al control por ejemplo- un detalle olvidado.

El análisis pasa por un detalle que logra ir de la anécdota a una estructura, mas fija, que permite saber la repetición y la lógica que ordene lo pasado en el futuro. Levi-Strauss cuando encontró el límite de la formalización de los mitos, salió de la metapsicología y creó una antropología científica, sin sujeto equívoco. Para Lacan esa apelación científica sería una cobardía, y se ve obligado a escribir una transmisión integral pero no sin pérdida. Su matema no es matemático, tiene una fuga real que es el objeto “a”.

Entonces el acto analítico surge de la división de cada uno, eso se controla y se enseña en otras condiciones, fuera del diván, con cierta maestría. Enseña cualquiera, siempre y cuando pueda responder por los efectos que produce. Después de la devastación cultural de la dictadura, Lacan retorna en Argentina por la universidad y los hospitales, superación mediante llega a grupos; luego a una Escuela y otras. Esas marcas de la formación las podemos testimoniar recién hoy cuando el aburrimiento no busca solo angustia sino que espera otra cosa. Lo que sepas en serio, no se podrá decir a los niños, es lo que enseñaba el diablo Mefistófeles a Fausto.-

 (*) Resumen de la intervención en el XVII Coloquio anual de la APLP “La demanda de formación en psicoanálisis –lo que no se enseña”.  Transcripción: Mariángeles Alonso

Notas:

(1)- García, Germán: La invención del analista o la suspensión del buen gusto. Revista Fri(x)iones Nº 1. Posadas, Misiones 2011.

(3)- Ranciere, Jacques: EL maestro ignorante. –cinco lecciones sobre la emancipación intelectual- Ed. Tierra del Sur, Bs.As. , 2006.

(3)- Jacques Lacan: ¡Lacan por Vincennes! En revista Lacaniana de psicoanálisis Nº 11. E.O.L. , Buenos Aires, noviembre 2011.-

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