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La inquietud analítica

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Macedonio Fernandez



El 27 de septiembre de 1985 el Congreso de la Nación sancionó la ley Nº 23.277 de ejercicio profesional de la psicología, que deroga la exclusividad del psicoanálisis que mantenían los médicos, y la consecuente prohibición de su práctica a los psicólogos. Desde entonces ninguna ley hace referencia explícita a la práctica del psicoanálisis.

El artículo 2º de la nueva ley establece: «las teorías, métodos, recursos, procedimientos y/o técnicas específicas que se apliquen en el ejercicio profesional de la psicología deberán ser reconocidos en los ámbitos universitarios académicos del país en los que se imparta enseñanza de Psicología».

Como bien lo subrayan Adriana Rubistein y Guillermo Greco (1) los psicólogos quedan habilitados, sin pasar por las prescripciones freudianas para la formación del psicoanálisis. Y, agregamos, la universidad parece sustituir esa formación por toda suerte de posgrados, maestrías y doctorados. El psicoanálisis es excluido en el mismo momento que se le garantiza su valor «académico». Interesante paradoja.

La ley de educación superior Nº 24.521, aprobada en 1995, regula la enseñanza universitaria y no universitaria al establecer los requisitos que deben cumplir las instituciones para ser autorizadas a dar títulos de grado y de posgrado acreditados, habilitantes del ejercicio profesional. Y cuando esté comprometido el `interés público´, el riesgo de la salud, los derechos, los bienes o la formación, se exigirá una carga horaria suplementaria. En los ámbitos universitarios consideran que esta política contribuye a la jerarquización del título y a su reconocimiento.

La consecuencia es un mayor control en nombre de la responsabilidad en relación con «la salud, el bienestar y la calidad de la vida de la población».

Las universidades nacionales y privadas tienen, además, que acordar contenidos mínimos comunes para homologar títulos, según criterios relacionados al Mercosur.

En el horizonte está la reducción del espacio del psicoanálisis en las universidades, acorde con lo que ocurre en otros países, o bien, como ya ocurre en las universidades privadas, se le otorgaría un estatuto de posgrados.

El conflicto de las Facultades

Como sabemos, el psicoanálisis no es considerado una disciplina autónoma, y su estatuto jurídico siempre está anexado al de otra disciplina que se propone como su garante (primero la medicina, ahora la psicología).

Fue Sigmund Freud quien decidió que las cosas fueran así, como se desprende de su invención institucional (IPA) y de su respuesta a Ferenczi en lo que hace a la relación entre el psicoanálisis y la universidad.

La Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) ya habla de la habilitación del título de la ´especialidad´ que depende de Salud Mental y pide su reconocimiento del Ministerio de Salud Pública. Esto supone la creación de un Instituto Universitario que pueda otorgar títulos de Especialista, Magister o Doctor en Psicoanálisis.

Este camino conduce a la supervisión del Estado mediante sus acreditaciones y revalidaciones.

La ciudad de Buenos Aires, mediante una ley de salud mental (Ley Nº 448), otorga un lugar al psicoanálisis mediante un Consejo General de Salud Mental con representantes de diferentes asociaciones profesionales ligadas a la «salud mental». Esta propuesta «interdisciplinaria» es rechazada por los médicos psiquiatras.

Mala praxis

Mientras los universitarios se preocupan por lo que llaman autorización «salvaje», la prensa difunde el fantasma de la mala praxis. La paradoja es que los casos denunciados hasta el momento provienen de la práctica de algún psiquiatra, de algún psicólogo. La localización de los «salvajes», como se ve, es problemática.

La mala praxis, agitada por algunos abogados, conduce a los seguros que se ofrecen a los profesionales para cubrir cualquier eventualidad, cualquier denuncia contra su práctica. Pero el «mal» de la praxis del psicoanálisis es difícil de regular, según sabemos por Jacques Lacan y sus «paradigmas» del goce.

Tiempo lógico

La presencia del psicoanálisis en los hospitales y en las universidades, así como su presencia en la `cultura´, es un fenómeno que se alimenta de sus propias contradicciones, surgidas de esa posición de inclusión/ exclusión que evita -según el propio Freud- que se convierta en un `capítulo de la psicología general´.

Cuando se organizó en Buenos Aires el movimiento hacia la Escuela existió una publicación, impulsada por Jacques-Alain Miller, que se llamó Tiempo lógico. En uno de sus números Miller respondía a diversas cuestiones de la siguiente manera: «Esta referencia hace ver bien que la comunidad psicoanalítica, y esto desde Freud, no ha sabido nunca si era incompatible con las instituciones oficiales, o si sólo se ocupaba de lo que ellas olvidaban, pero podrían terminar por conocer. Esta posición de borde es, si se lo piensa, la misma del inconsciente, es decir, de lo reprimido animado por una demanda de reconocimiento por la instancia ´oficial´.

¿Demandar hacerse reconocer es desearlo?». Se trata de la (d) evaluación.

Encontrar aquel Tiempo lógico en este momento sería esclarecedor.

(1) «Psicoanálisis y política», A. Rubistein y G. Greco. La Carta (EOL), mayo de 2004. Buenos Aires.

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