El saber vale exactamente lo que cuesta, es costoso,
porque uno tiene que arriesgar el pellejo, porque resulta difícil, ¿qué?
-menos adquirirlo que gozarlo.-
Jacques Lacan (Aún.)
Argentina de Bicentenario nos invita a situar esa breve historia del Centenario del psicoanálisis desde que su inventor, Sigmund Freud capta el inconsciente como nuevo saber, una perla que desembarca al Río de La Plata en ese barco que “fluctúa pero no se hunde”. Con sucesivos intercambios esta moneda simbólica se desgasta, cambia su valor, incorporada al mercado como síntoma de la cultura.
Pasado el momento de difusión, el alivio de la cura por palabras, la alegría de lo inconsciente, Freud se asegura la persistencia de la formación de los analistas por la fundación de una Asociación. Ese mismo acto se hace en la Escuela de Jacques Lacan, y entre nuestras parodias verdaderas recordemos el gesto de Oscar Masotta: “no soy Santa Teresa, pero fundo”.
Habría que volver a situar aquel viejo “conflicto de las facultades”, descrito ya por Kant entre la teología y la filosofía, donde el Estado administraba el sapere aude, el dato que se podía estudiar en la Universidad. Este problema se renueva con el cambio del paradigma liberal y las profesiones evaluadas bajo la pregunta: ¿Qué funda la autoridad analítica? tal como lo plantea Germán García.
Hace un siglo con la Argentina hecha de importaciones, el chileno Germán Greve habla de Freud en el ámbito de un congreso médico. La I.P.A. local se legitima con inmigrantes europeos en 1942, luego de los intentos de Bela Szèkely que fundara institutos en Chile y Brasil. El psicoanálisis adquiere así su versión “a la argentina”, hasta hacerse un capital incrustado en nuestra cultura y Edipo se hace complejo en la jerga de los reclutadores. El rara avises cocinada como una profesión primero de médicos, luego de psicólogos, no tan decididos a hacerse laicos, en el sentido freudiano: formarse más allá de los títulos facultativos, con un plus curricular que solo otorga la academia del inconsciente.
La historia como tiempo de duración efectiva (kairos) es esa densidad de las cosas que permite el “afecto societatis” del psicoanálisis, ella se observa escandida en la insistencia de sus fundaciones, luchas que van mutando los criterios de sus formaciones. Cuando ganan los psicoanalistas por la complicidad de la corporación, no es seguro que avance el psicoanálisis en su doctrina. Recordemos que ante la distancia de hacer una “teoría de la praxis”, Freud apela tanto a su biblioteca como el relato nimio de sus analizantes, de modo que introduce lo profano para alimentar su método que quiere proteger de los médicos y sacerdotes. El archivo como saber referencial se nutre de las contingencias de lo profano (1). Lo inconsciente habla como resto olvidado por la ciencia, aunque ella sea su horizonte.
En “El múltiple interés del psicoanálisis” (1913) Freud llama a informarse sobre saberes referenciales: filología, filosofía, biología, historia de la evolución y de las religiones, estética, sociología, pedagogía; sin olvidar los mitos de la humanidad.
Lacan amplió ese interés a la lingüística, la lógica, la matemática y la anti-filosofía como un modo de pensar extra-territorial a la academia. A contrapelo del análisis didáctico en su ideología pedagógica, en 1967 Lacan propone una banda doble que retuerce su Escuela, en un Instituto y toca en extimidad a la Universidad. El ejercicio clínico se asegura pero surge desde la ironía que no hay formación del analista sino formaciones del inconsciente, es decir análisis. La formación se hace a partir del síntoma de quien lleva un saber no sabido, lleva algo como esos asnos que trasportan el sacramento. Solo al saber su marca comparada al otro, el prisionero sale, sofisma y metáfora del deseo del analista.
También está la molécula cibernética que se auguraba para este siglo como “condición posmoderna”, usada por las ciencias cognitivas haciendo sus intereses: Neurociencia, inteligencia artificial, antropología, lingüística, filosofía, psicología (hexágono de diciplinas que propone H. Gardner). Las terapias cognitivas usufructúan esa información desconociendo el lenguaje como medio de goce, confundiendo al cachorro humano con el chimpancé.
De modo que la batalla cultural del centenario del psicoanálisis en la Argentina se libra en el campo de un nuevo mercado de saber. Ese campo esta organizado por biopolíticas –aplicaciones de normas sobre poblaciones masivas- que están decididas por una economía global y una ideología de la evaluación como desarticula bien Jean Claude Milner en su dialogo con Jacques-Alain Miller. El paradigma actual ya no es el “problema” social al que un Estado daría su buena “solución”, sino la eficacia de lo contractual. El individuo entra en la estadística como cifra según su producción. Las practicas de lo humano, incluido el psicoanálisis como practica del “malvivir”, podrían ser medidos en su pragmática y surge el imperativo a la formación universal que no deja de ser un antiguo saber iniciático.
En psicoanálisis la iniciación es imposible, no viene sino de un Otro que sabe… pero qué sabe? En el momento de las ficciones jurídicas y la economía del contrato, “el hábito hace al monje”. Eso tiene iniciaciones universales y corporaciones colegiadas que ignoran que es desde la división del sujeto que se extrae la formación para hacerse del gusto analítico.
El saber del analista surge porque el “valor de uso” que alguien hacía de su goce, que cuesta aprenderlo en un análisis, se transforma en un “valor de cambio”. En este segundo momento entra en un mercado de saberes (enseñanza, investigación) donde la moneda se recupera diferente. La universidad invierte esa secuencia, primero hace aprender la información como unidad de valor curricular, luego deja sin responsabilidad el goce de quienes enseñan. Cortocircuito de “este saber ha de ser aprendido y aun tener un precio, es decir que su costo es lo que se evalúa, no como de cambio sino como de uso” (Lacan)
Habría que demostrar si el psicoanálisis en la época de estas “iniciaciones universales” del saber, puede divertirse con el inconsciente al atravesar su angustia. Esta es una paradoja no medible por la estadística, ya que solo se aísla al considerar la serie de casos como cada uno haciendo su propio paradigma.
Solo sabremos aquello que nos afecta. Nuestro múltiple interés oscila con el interés por el detalle que buscan nuestras pasiones. El valor de ese desplazamiento –que el inconsciente este estructurado como un chiste- es la agudeza inventada por Freud y que dura por sus afectos.-
(1)- García, Germán: El archivo y lo profano. Etcétera Nº 107, octubre 2010.
(*)- Publicado en Revista Conceptual Año 10 Nro. 11
Enrique Acuña
La Plata, Octubre 2010.-