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PRAGMA – INSTITUTO DE INVESTIGACIÓN Y ENSEÑANZA EN PSICOANÁLISIS

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Cursos Breves

Del espejo a la metáfora

Sebastián Ferrante

La finalidad de este curso fue presentar nuestra propuesta de investigación al Programa de Estudios Analíticos (P.E.A.) para este año 2020. Del “inconsciente” al “ser diciente” plantea un recorrido por la enseñanza de Lacan en su retorno a Freud, entendiendo esta enseñanza como una hystoria, donde no tratamos con algo estable, rígido y acabado, sino más bien con efectos de idas y vueltas, saltos y discontinuidades. Enrique Acuña, director de enseñanzas del Instituto Pragma, propuso un argumento donde este recorrido se plantea a varios niveles, sin que una instancia supere a la otra:

  • del sujeto del inconsciente al saber-hacer con el artefacto del lenguaje.
  • del síntoma conflicto, al sinthome como solución o arreglo.
  • del sentido y el sufrimiento al puro decir como cuerpo.

Partimos de lo inconsciente tal como lo plantea Freud en su texto 1915: una hipótesis necesaria, en tanto procura explicar fenómenos de lo cotidiano que en principio se presentan sin sentido, y legítima, ya que además de explicar, responde a determinadas leyes. Un inconsciente hecho de pulsiones –una amalgama de representación y afecto, que no necesariamente se corresponden unas con otros-, que son investiduras sometidas a esas leyes que Freud enuncia como «proceso primario»: condensación (entre dos o más representaciones) y desplazamiento (de una representación a otra). Ahí, en la labor interpretativa, en el desciframiento, encuentra el psicoanálisis su razón de existir.

Con la hipótesis de lo inconsciente y la teoría pulsional, Freud da cuenta de un cuerpo erógeno, segmentado y parcializado al que se no se accede sino de modo incompleto y por representaciones, demostrando la incidencia del lenguaje sobre el organismo, transformando sus afectos en efectos del lenguaje, pero no todo será interpretable.

A diferencia de Freud, Lacan dispone en su primera enseñanza de otras herramientas teóricas y conceptuales –lingüística, antropología, matemática- que le permiten pensar la realidad mediante los tres registros del lenguaje: simbólico, imaginario y real.

De ello se desprendió el tema de la primera clase que se tituló “Del espejo a la metáfora”, referencia posible al momento en que Lacan distingue dentro del psicoanálisis entre el contenido de las imágenes que se ponen en juego en la experiencia analítica y lo simbólico de la palabra, resorte mismo de la experiencia. Puede referir además a la maniobra que todo analista debe realizar como condición para el comienzo de dicha experiencia, en la entrada en el análisis. Hay también un trasfondo político, en tanto aquella distinción entre los registros simbólico e imaginario viene a responder a los desvíos en la teoría y técnica analítica de ciertas corrientes post freudianas.

Para referirnos a Lacan, abordamos el texto “El estadio del espejo como formador de la función del yo [je] tal como se nos revela en la experiencia analítica” (1949) donde ubica el registro imaginario como constituyente. Si bien aún no planteó la distinción de los tres registros, aquí parte de un fenómeno –la observación de un ser, aún impotente y dependiente desde lo motriz, que asume una actitud de júbilo cuando percibe su imagen en el espejo-, para ubicar el estadio del espejo como una identificación, en el sentido de que el sujeto se transforma cuando asume una imagen. Esta imagen retorna al ser devolviendo la forma total del cuerpo, como adelanto a la propia maduración. Eficacia de lo imaginario que lleva al ser “de la insuficiencia a la anticipación”, instante que se da previo al lenguaje, pero con la incidencia de lo simbólico, ya que esa reacción de júbilo y transformación en el ser está aprobada por el Otro, garantía de confirmación. No obstante, este drama imaginario del espejo es ya un antecedente de la división subjetiva y de la dependencia del sujeto del Otro. Dice Lacan: “Antes de la determinación social, esta forma imaginaria sitúa la instancia del yo en una línea de ficción, irreductible para siempre por un individuo solo”.

Lacan pretende dar cuenta de la forma en que lo imaginario, como gestalt, es capaz de producir efectos formativos sobre el organismo. La función del estadio del espejo, además de ilustrar la efectividad de las ficciones, es establecer una relación del organismo con su realidad, en tanto lo imaginario reviste el cuerpo de significaciones y la propia imagen del mundo. Este modelo de cuerpo imaginario, unificado, es por donde entran las representaciones que constituyen un mundo ilusorio (función de desconocimiento del yo).

De lo imaginario/simbólico como constituyente, luego Lacan va a acentuar la distinción entre lo simbólico y lo imaginario en la conferencia titulada “Lo simbólico, lo imaginario y lo real” (1953). Esta conferencia es la antesala a su manifiesto “Función y campo…”, y aquí se puede leer el pasaje del espejo a la metáfora. Fundamentalmente porque hay una pregunta que sobrevuela toda su intervención: ¿qué es lo analizable? Claramente afirma que la eficacia de la experiencia analítica transcurre en la palabra: es el símbolo.

Por un lado, si la satisfacción no es del orden del conflicto, no habría posibilidad de análisis. Así, por ejemplo, la fantasía de la “pantufla” como desplazamiento del órgano femenino en la fijación perversa no sería analizable. Lacan agrega una condición: no alcanza solamente con desplazarse, además tiene que representar algo que no sea él mismo. Es decir, debe haber sustitución. Por eso, lo simbólico debe entenderse en el dispositivo analítico, organizado en un lenguaje: Lacan remite a la estructura significante / significado, es la función de la palabra que permite que algo nazca, y que luego de efectivamente pronunciar una palabra –como acto-, los dos partenaires no sean los mismos.

La sustitución –símbolo, metáfora- es lo que da su estatuto al síntoma. Para Lacan, en este momento,  al síntoma subyace una palabra amordazada y es tarea del analista remitir al orden simbólico. Por otra parte, lo imaginario se presenta como obstáculo, ya que el neurótico procura realizar en la situación con el analista, la imagen o imágenes de la experiencia precoz (por ejemplo, el caso Hombre de las ratas), interponiéndose en toda relación simbólica verdadera.

Lacan es claro en el pasaje del espejo a la metáfora: toda relación entre dos está marcada por el estilo de lo imaginario. Para ser analizable, es decir, interpretable simbólicamente, debe inscribirse una relación de tres, necesitando la mediación de un tercer elemento. Ese tercer elemento lo provee la palabra en el campo del lenguaje: esta  no es solamente mediadora, sino que permite trascender la tensión agresiva fundamental en el espejismo del semejante (a–a’) que se instala en la relación imaginaria. Es el nacimiento del Otro como lugar y función del inconsciente.