Argumento:
Si partimos de las conceptualizaciones freudianas, podemos decir que el síntoma es una formación del inconsciente, y en tanto tal, es interpretable vía la palabra. Antes del giro de los años 20, Freud sostenía que el síntoma podía levantarse si se lograba hallar el sentido inconsciente que lo fundaba y volverlo consciente. A medida que avanza en su práctica clínica y en su teorización acerca del psicoanálisis, Freud liga el síntoma a la satisfacción pulsional, ya que perdura, cumpliendo una función, más allá del sentido y del placer.
Con la enseñanza de Lacan, se pueden distinguir dos vertientes del síntoma que se dan en el transcurrir de una cura: se trata del pasaje del síntoma conflicto al síntoma solución (sinthome). El síntoma conflicto es necesario, como pregunta que insiste, para que un análisis se pueda llevar a cabo, por eso decimos que es necesario que el sujeto se histerice, que quiera saber, para que un análisis sea posible.
“El síntoma disfraza a la pulsión” mencionaba
Enrique Acuña en el texto “Un traje a medida”, refiriéndose al síntoma como esa sustitución de un sufrimiento ( en su vertiente de conflicto) que pasa a ser el modo de funcionamiento del sujeto, es decir, cómo vive cada uno su pulsión.
Para el psicoanálisis, a diferencia de otras terapéuticas, el síntoma es un término operativo, tal como lo menciona Jacques Alain Miller en El partenaire síntoma, una creencia lógicamente necesaria. Es la vía regia de acceso a lo real de cada uno, por oposición al carácter, como forma se ser, que no reviste interrogación, más bien, justifica.
La época ofrece modalizaciones al síntoma, las cuales no pueden ser ajenas al psicoanalista, pero se tratará de poder captar algo de lo propio de cada uno, valiéndonos del descubrimiento de Lacan, el objeto a, para dirigir la cura a un “saber hacer” con el goce de cada uno, que haga vivible la pulsión.
